Con permiso de Batman y Robin, hay varios motivos para considerar X-Men la saga cinematográfica de superhéroes más gayfriendly de la historia reciente. Están, por supuesto, las razones superficiales como Lobezno (Hugh Jackman), icono bear donde los haya, o Cíclope (James Marsden), probablemente el mutante más deseado de la patrulla junto a la versión joven de Magneto (Michael Fassbender). Pero también otras de mayor peso como la presencia entre sus créditos de nombres abiertamente homosexuales –el director Bryan Singer y los intérpretes Ian McKellen y Ellen Page– y, por supuesto, ese discurso de aceptación hacia los derechos mutantes que recorre toda la obra de Stan Lee y Jack Kirby y que tanto simpatiza con el movimiento gay.
MANIFIESTO MUTANTE
Cuando se cumplen catorce años del estreno de la primera entrega, el director Bryan Singer regresa para retomar las riendas de la saga de superhéroes mutantes que ideó, una de las más inteligentes de la factoría Marvel. No es casualidad que desde X-Men 2, también con firma del propio Singer, ninguna otra película de la franquicia haya empleado tantos esfuerzos en denunciar la segregación de sus protagonistas, enfatizar la necesidad de visibilidad y tolerancia hacia una minoría perseguida y llamar a la salida del ‘armario mutante’ como lo hace X-Men: Días del futuro pasado. Porque de eso trata esta última entrega, de hacer más evidente que nunca la defensa de la diferencia enmarcándola en una década, los 70, especialmente recordada por el avance de los derechos civiles.
Singer no lo hace a cualquier precio, sino lejos de la soflama panfletaria –que no épica–, a través de un futuro distópico y con un relato más cómico que de costumbre, a costa de referentes pop –como John F. Kennedy– que alejan a sus personajes de la tesis del superhéroe eternamente atormentado por la fatalidad que sí defienden otros contemporáneos como Christopher Nolan. Entre el reparto original y la nueva generación, el goteo de caras conocidas es continuo –Lobezno sigue conservando su estatus de mutante mimado–, como profusos son también los guiños al universo creativo de la saga. Viajes en el tiempo, set pieces dosificadas con rigor, repartazo y una apuesta gayfriendly por la visibilidad para una película de más de dos horas –con la ya tradicional sorpresa postcrédito– que inaugura dignamente la temporada de blockbusters veraniegos.