Puede que no hayan quedado claras las bases del concurso. Eso o que una vez en la playa, desnudos y con las hormonas a flor de piel, más de uno decide experimentar. La ropa se ha quedado junto a los prejuicios y así pasa: la revolución homosexual ha llegado a Adán y Eva. Coman, nuestro Adán negro de ojos verdes y látigo juguetón, se las prometía muy felices con dos mujeres en la isla, pero…
Antes de ganar hay que jugar. Nunca mejor dicho. Esther, que ha entrado de lleno en el refranero español con su “una mujer no es completa hasta que un negro no se la meta”, destapa su bisexualidad y acaba viéndose atraída por Ana, la elegida finalmente por el macho de ébano. Pero hasta llegar a ese momento, las confesiones iban a dejar claro que la máxima “debemos amar, no importa a quién y no importa cómo” ha de tomarse muy a pecho(s).
Todo se descontrola en el mítico juego de pasarse el hielo. Esther le roba un beso a Ana, esta reconoce que no se quiere “ir a la tumba” sin una relación lésbica, y Coman, ni corto ni perezoso, reconoce que ha soñado cómo se daba el lote con ¡Curro Jiménez! Entre bandoleros y recortadas anda el juego. Parece que todos coquetean con hacer un trío que no acaba de llegar…
Mi compañero Pablo también cree que su vida no está completa y se niega a marcharse de este mundo sin probar todas las perversiones que ve por televisión los martes por la noche. ¿Le mandamos a la isla a conocer otro Adán? El espectáculo estaría garantizado.