Cuando hablamos de Roma y de la época clásica debemos entender que el término homosexual no solo no existía, sino que no tenía el sentido que tiene ahora. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la sexualidad en el Imperio romano se vivía de una forma totalmente distinta a como la concebimos hoy.
Homosexual (mismo sexo) es un vocablo que vio la luz a finales de siglo XIX para definir a personas que mantenían relaciones sexuales con otras de su mismo sexo. Un término muy apropiado para una sociedad que clasifica las relaciones sexuales dependiendo del género y la sexualidad de sus miembros. Sin embargo, en la antigüedad clásica los romanos seguían otros criterios, clasificando a las personas entre la dominación o la sumisión, independientemente de si eran hombres y si las relaciones eran homosexuales.
De hecho, la homosexualidad entre hombres no estaba mal vista. Era consentida y no se relegaba solo a los homosexuales, puesto que muchos hombres tenían mujeres y amantes hombres, aunque siempre hubo individuos que prefirieron, o solo mantuvieron, relaciones con hombres. Pero nunca se dio una distinción terminológica entre ellos.
En cambio, el papel dominante, o lo que conocemos en la actualidad como ‘activo’, era el rol de más prestigio, reservado a los varones de mejor estatus. Mientras que el papel de sumisión o ‘pasivo’ quedaba destinado a esclavos y hombres adolescentes. Siempre que había un acto sexual entre dos hombres, el que dominaba representaba mayor estatus que el que era dominado.
La sociedad romana era muy machista, por tanto, la identidad masculina representaba un alto grado de consideración social. Para sentirse hombres no debían ser penetrados, sino tomar la parte activa en las relaciones sexuales. Cuando se quería asumir un papel sumiso debía hacerse en la intimidad y bajo la confidencia de tu amante, algo, que al parecer, hemos heredado la comunidad gay de nuestros días, donde ser pasivo sigue siendo el rol peor visto, y ser activo un sinónimo de masculinidad.
Que un ciudadano se dejase penetrar por un otro originaba un estigma social, y se le consideraba al sujeto en cuestión como un impudicus.
En cambio, el enamoramiento estaba solo permitido entre personas heterosexuales. Es decir, se entendía como pareja amorosa: un hombre y una mujer. Aunque eso sí, era habitual que los varones manifestasen abiertamente su preferencia por un determinado esclavo. Pero como decimos, era lo políticamente acordado, la historia nos ha demostrado que el amor entre hombres existió desde que el hombre es hombre, si quieres algún ejemplo te aconsejamos que le eches un vistazo a este artículo: Personajes históricos gays que deberías conocer.
La sexualidad entre los antiguos romanos era muy libre y solo conocía tres límites: el adulterio, el incesto y el escándalo público. La homosexualidad, libre del concepto de pecado, no estaba considerada adulterio dentro del matrimonio, pues el hombre tenía relaciones sexuales con otro hombre.
Las mujeres romanas asumían el hecho de que las esposas no debían sentirse celosas de los devaneos de sus cónyuges con otros hombres. Debían soportarlo con dignidad y sensatez. Los esposos podían tener sexo con otros hombres o con prostitutos, eso sí, dentro de unos ‘límites de cantidad razonables’.
Una anécdota. Julio César era conocido como el “hombre para mil mujeres y la mujer para mil hombres”, lo cual cuestionaba su masculinidad, su sumisión y por tanto su estatus como hombre.
Los esclavos, que no estaban protegidos por la ley cuando se sometían a las exigencias sexuales de sus propietarios, procedían en su mayoría de las zonas de Alejandría y Oriente. Y la historia nos cuenta una vez más cómo muchos romanos se encapricharon de sus jóvenes amantes, algunos con elogios y faraónicas obras funerarias, otros con locos ataques de celos y fatídicos desenlaces.
Un tema muy preocupante que derivó de esta forma de ver la sexualidad fue la prostitución masculina. Muchos esclavos y adolescentes ejercían el oficio de la prostitución, una práctica legal y bien vista. Sin embargo, las exigencias de los ciudadanos, que cada vez requerían chicos más jóvenes, hicieron que la edad de estos adolescentes fuera disminuyendo hasta el punto de encontrarnos ante graves casos de prostitución infantil. Una mal ejemplo que muchos emperadores se jactaron de llevar a cabo.
Pese a nuestro rechazo, debemos entender la cultura de la época, donde los romanos más liberales pensaban, al igual que lo hicieron los griegos, que las relaciones sexuales de un adulto con un adolescente resultaban formativas para éste. Pero cuando el jovencito comenzaba a enseñar su primera barba, la intimidad debía cesar y su mentor le debía cortar los cabellos que hasta entonces habían acentuado su aspecto femenino.
Otro ámbito de las relaciones homosexuales fue el ejército, un cuerpo al que podríamos dedicarle otro artículo sobre el tema, y en el que los soldados sufrían el acoso de sus superiores. Algunos emperadores y estrategas afirmaban que preferían el amor homosexual en sus filas, porque hacía a los militares más independientes de la patria y la familia, les mantenía fuera de carencias sexuales, unía lazos y les hacía preocuparse por sus amantes en el campo de batalla.
Pero todo lo anterior dicho vale para los hombres, nadie ha hablado de mujeres homosexuales hasta ahora, pues esta aceptación de la que gozaban los homosexuales en Roma siempre estuvo negada a las lesbianas, tal y como ya ocurriera en la Grecia clásica.
La poetisa griega Safo, nacida en la isla de Lesbos en torno al siglo VI antes de Cristo, alternó sus escritos con las enseñanzas a un grupo de jovencitas por las que desarrolló un deseo sexual que quedó reflejado en sus obras. Sin embargo, el lesbianismo fue considerado en Roma una aberración y era una práctica terriblemente reprimida.