“Es una pasiva, ni necesita saliva”, canta la actriz y drag queen estadounidense William Belli. Una canción que esconde un trasfondo en su letra: el estigma del pasivo.
Es muy normal usar la palabra pasivo/a con desprecio, con mofa, como si los que disfrutan del sexo anal se convirtieran en princesitas sometidas a los machos empotradores. Algo que hemos heredado del Imperio Romano, donde ser activo imprimía mayor prestigio. Más aún, a veces somos capaces de usar el término como arma arrojadiza, llegando a fabular sobre si alguien lo es o no basándonos únicamente en características superficiales.
Esto mismo le ocurrió al bloguero Brian North, al que uno de sus seguidores le comentó que “por su aspecto parecía pasivo”. Brian recogió el guante y, lejos de amedrentarse, decidió dedicarle un blog a la “vergüenza del pasivo”. Una manera de intentar acabar con el mito que atribuye una cierta apariencia a los activos y otra distinta a los pasivos.
“Hemos tomado una serie de características y rasgos y los hemos asignado a una preferencia sexual”, afirma Brian. “Parece una tontería, ¿no? Todos tenemos preferencias. No esperamos ser juzgados en base a nuestra marca de patatas fritas preferida, pero en el caso de preferir ser pasivo, es exactamente lo que hacemos. No debería haber ninguna vergüenza en tener una preferencia en la forma de recibir placer”.
“La realidad de la situación es que la vergüenza del pasivo puede tener importantes consecuencias en la salud. El estigma impide el debate. El estigma que puede impedir a los hombres hablar acerca de sus métodos de prevención del VIH como el PReP, especialmente cuando ellos son los que corren más riesgo. Una preferencia sexual es solo eso, una preferencia”.
Estamos muy de acuerdo con Brian. ¿Y vosotros?
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