Los hay que llevan a rajatabla aquello de que el homófobo, además de serlo, ha de parecerlo. Suponemos que esa es la razón por la cual una pizzería de Indiana, aprovechando el maremágnum montado en el Estado con la ya famosa ley de libertad religiosa, ha decidido hacer negocio de su afán discriminatorio.
Vayamos a los antecedentes. Hace unos días, desde la Casa Blanca se insistía en que la ley era discriminatoria, iba en contra de los intereses de los empresarios y coartaba la libertad. Fue entonces cuando Mike Pence, gobernador republicano y cabecilla de la medida, decidía recular: “Después de mucha reflexión y consultas, he concluido que sería adecuado poner en marcha una legislación que deje claro que esta ley no permite a las empresas negar el servicio a nadie”. Su gozo en un pozo.
Antes, el documento que iba a establecerse a partir del 1 de julio, autorizaba a los restaurantes de la región a negarse a servir a homosexuales sin tener por ello problemas con la justicia. Una vez desestimada la acción, al señor O’Connor, regente del local en cuestión, se le iba a ocurrir la tremenda idea de poner en marcha una campaña donde recaudaban fondos apoyándose en que jamás atenderían una boda gay.
«Dios nos ha bendecido para defender lo que creemos, y no lo pueden negar», explica en Fox Business News con sorprendente convicción. Pero el hombre va más allá: “Los cristianos somos el blanco y los gays intentan abalanzarse sobre nosotros”. No tiene fin.
El objetivo original de la acción era superar los 25.000 dólares, pero la sorpresa llega al saber que, hasta la fecha, llevan recaudados más de 840.000. Una vez más se vuelve a poner de manifiesto la divisón que existe en el país en materia LGTB, donde en demasiadas zonas hay cobijo para políticas atrasadas y hechos increíbles.
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