La mayor virtud que encontramos en Una nueva amiga, última cinta de François Ozon y ganadora del premio Sebastiane a la mejor película LGTB en la pasada edición del Festival de San Sebastián, es, paradójicamente, su incapacidad para ceñirse a una categoría preconcebida dentro de la temática gay. Repitiendo el tono de intriga y morbo de su En la casa, Ozon cuenta en esta ocasión la historia de Claire (Anaïs Demoustier), una mujer que le promete a su mejor amiga desde la infancia (Isild Le Besco), gravemente enferma, cuidar de su esposo (Romain Duris) e hija cuando ella fallezca. Lo que descubre entonces es que el marido de su difunta amiga se viste de mujer en la intimidad por razones que, a priori, ni suenan honestas ni convincentes a oídos de Claire.
Al principio, tal y como le ocurría al personaje de Juan Diego Botto en Todo lo que tú quieras, David –que se hace llamar Virginia cuando se viste con las ropas de su mujer– lo hace para preservar una presencia femenina durante el crecimiento de su hija, pero ese discurso, que se revela rancio y antiguo, oculta motivos más poderosos. Su transformación femenina irá más allá de los muros de su casa, pero esa progresión no parece plantear ningún conflicto con su identidad, ni mucho menos con su orientación sexual.
A pesar de ciertas decisiones, su protagonista se resiste a definirse como transgénero durante todo el metraje, algo que, además de alimentar el tono de misterio que recorre la historia, solo puede ser interpretado como una disidencia queer y como una reivindicación del travestismo sin tapujos.
Es en su reto a las etiquetas, en esa inconcreción, donde reside el mayor atractivo de Una nueva amiga, una oda al travestismo y la aceptación que reserva la comicidad solo para un par de escenas medidas, y que prefiere confundir al espectador y desafiar sus convicciones en un retorcido juego de seducción.
La película Una nueva amiga se estrena el 15 de mayo.
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