“Antes me iría con la mona Chita”. Bienvenidos al último capítulo (de momento) entre Jesús Reyes y Labrador, ya por fin con el uno delante del otro en el debate de Supervivientes. No pudimos sacar nada en claro, pues los dos protagonistas se situaron en los extremos antagónicos del supuesto affaire que el estilista de Mujeres y Hombres y Viceversa se ha dedicado a recrear por los platós mientras Labrador se peleaba en la isla hasta con las palmeras.
“Era mi amigo y no tiene precio, le ha hecho daño a mi madre, y creo que si alguien te respeta, jamás lo haría”. Labrador decidía ponerse trascendental, aunque algunos echaron de menos un poco más de enfado en su lenguaje corporal. Un tanto sospechoso como mínimo. Eso sí, tal vez los límites no se establecieron de la forma correcta, pero de ahí a creer la versión de Jesús hay un trecho más estrafalario que su peinado. Y ya es decir. Pocos ases le quedaban ya en la manga: “Tú me decías que cuando era un niño malo me llamabas Jesús”, argumenta sólidamente. Y claro, Labrador muestra su decepción: “Confié en ti, te di mi amistad máxima”. Nada volverá a ser como antes.
Tampoco el transcurrir del tiempo, pues Jesús parece hacer su propia interpretación del paso de la horas. “Toda la historia que estás montando fue el mismo día”, cuenta Labrador. Fraccionar las anécdotas para simular momentos varios es ya un clásico. Jesús comenzaba a “irse de ondas”, pero al chico no se le puede negar su velocidad mental: “A lo mejor me tendrías que haber cogido los pies y haber bajado a la Tierra”. El drama ya era interplanetario.
Pero faltaba la ronda de acusaciones más pintoresca jamás contada. “No nos hemos besado, tú me has intentado besar”, acusa Labrador. Jesús no da crédito. Y entonces, una clase de Historia del Arte. Con la ayuda de los colaboradores, la brocha de Labrador entra en escena después de que Jesús reconociera haber pintado con ella. “No me cogió ni la brocha, ni leches”, afirma indignado. El museo de la televisión ya aguarda una nueva obra, solo es el comienzo.