Dimite el juez homófobo de la sentencia increíble

Invoquemos a Jack el Destripador y vayamos por partes. Argentina. Érase una vez un juez homófobo que rebajó la pena de un pederasta al ser la víctima gay y considerar que, por su sexualidad, “estaba habituado a que abusen de él”. La noticia corrió como la pólvora y en Shangay nos hicimos eco de ella. […]

2 junio, 2015
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Dimite el juez homófobo de la sentencia increíble

Invoquemos a Jack el Destripador y vayamos por partes. Argentina. Érase una vez un juez homófobo que rebajó la pena de un pederasta al ser la víctima gay y considerar que, por su sexualidad, “estaba habituado a que abusen de él”. La noticia corrió como la pólvora y en Shangay nos hicimos eco de ella.

Pues bien, el protagonista de esta aberrante sentencia, el magistrado argentino Horacio Piombo, se ha visto obligado a renunciar y jubilarse de forma anticipada en medio de una presión mediática insoportable. Disminuir la condena del agresor también ha supuesto la total reducción de sus competencias. Junto con su compañero de batallas, Ramón Sal, que no ha renunciado y se mantiene en la sombra, ya habían protagonizado veredictos polémicos en el pasado. Uno de ellas también se basó en limitar una condena a un violador de dos menores porque, según el texto, el sexo a edad temprana era más común en la zona de Buenos Aires donde se había producido el delito.

Dimite el juez homófobo de la sentencia increíble

Piombo, lejos de taparse, se paseó por los medios de comunicación para defender su autonomía y argumentar que su decisión estaba basada únicamente en términos jurídicos. Cualquiera se lo cree. La opinión pública ya había afilado sus garras contra él y estaba en marcha un juicio político para inhabilitarle. Afortunadamente para él, ha elegido un camino menos ruidoso.

Hace una semana, ya se había visto obligado a dejar de lado su cargo de profesor universitario en La Plata, pues la indignación de los alumnos también era de gran magnitud. Entonces, después de ver cómo tomaban su despacho, Piombo aludía entonces a que debía “imperativamente contribuir a la paz y la tranquilidad de la facultad”. Pero ya era demasiado tarde. Ahora, desde las instituciones se debe aceptar su renuncia, y solo entonces podremos pasar página y cerrar un libro con varios capítulos demasiado oscuros.

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