James Bond: el mito que siempre es tendencia

Hace apenas un par de meses, en la galería parisina Almine Rech, la artista americana Taryn Simon presentaba Birds Of The West Indies, una serie de polípticos fotográficos que reproducían, en estricto blanco y negro, aquellas secuencias de todas las películas de James Bond en las que aparecía… un pájaro. La explicación era sencilla: Ian […]

Guillermo Espinosa

A mí lo que me tira es el underground.

26 junio, 2015
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James Bond: el mito que siempre es tendencia

Hace apenas un par de meses, en la galería parisina Almine Rech, la artista americana Taryn Simon presentaba Birds Of The West Indies, una serie de polípticos fotográficos que reproducían, en estricto blanco y negro, aquellas secuencias de todas las películas de James Bond en las que aparecía… un pájaro. La explicación era sencilla: Ian Fleming, creador del mítico espía 007, había robado el nombre de su creación de la portada de un libro de ornitología titulado como esa expo. James Bond era un ornitólogo británico, y al autor le gustó el nombre. Y se lo apropió. Ahora bien: no os asustéis. Esta anécdota real –reconocida por el propio Fleming– es algo que no verás en esta exposición.

Diseñando 007: cincuenta años de estilo Bond, creada por el Barbican londinense en colaboración con los herederos del productor de la serie, Albert R. Broccoli, y que recala en Madrid, no va de disgregaciones arties sobre el mito. No busca una excusa conceptual para darle una vuelta de sentido. Es esencial y sencillamente una manifestación de la más pura cinefilia, sustentada en la mitomanía y en un montaje a lo grande. Una celebración por todo lo alto de uno de los iconos más evidentes de la cultura pop del siglo XX, y toda una vindicación del personaje ahora que cumple 50 años y que, además, se aproxima el estreno –en noviembre– de Spectre, otra de las renovadas películas de la serie: posiblemente la más longeva y rentable de la historia del cine mundial.

James Bond: el mito que siempre es tendencia

Dividida en diez apartados temáticos, que no rompen con cierta linealidad más o menos cronológica de todo el asunto, la exposición se abre con tres iconos esenciales: un Sean Connery digno del museo de cera –porque él sigue siendo el James Bond definitorio, con perdón de Moore, Brosnan o Craig–, vistiendo el tube suit gris diseñado para Goldfinger por el sastre británico Anthony Sinclair, y apoyado en el no menos mítico deportivo Aston Martin. Un buen resumen conceptual de lo que se verá en el interior: esto va de glamour, diseño de alta gama, valores estéticos british y parafernalia nostálgica.

La exposición comienza con la exhibición completa de los créditos de las diferentes películas, una parte insoslayable del mito, en su mayoría debidos al gran talento de Maurice Binder, que entre otras cosas ideó el famoso túnel-mirilla fotográfica desde el que nos asesinaba Bond (que aquí puedes atravesar para introducirte en el universo planteado por la expo), tan imposible de olvidar como el tema musical central creado por John Barry, y que lógicamente, saldrás tarareando insistentemente: es la base sonora de una expo en la que, además, hay muchísimas pantallas que te muestran partes de las películas debidamente seleccionadas en función de cada apartado.

James Bond: el mito que siempre es tendencia

La exposición, comisariada por dos expertas, una de ellas la oscarizada diseñadora de vestuario Lindy Hemming, responsable de un par de títulos de la saga, hace un amplio recorrido temático por la moda generada en torno al mito: las pequeñas variaciones de los trajes de Bond, siempre bajo el patrón de un clasicismo atemporal, y la más generosa creatividad para sus chicas y sus villanos, que cuentan con sección propia. Apartados como ‘El casino’ ahondan en el glamour más evidente; otros, más sorprendentes, como ‘La nieve’, apelan a algo que casi forma parte de las bromas internas de la serie: el diseño de todo tipo de outfits para los vertiginosos descensos en esquí del personaje, una de las constantes de sus películas (ya sea en moto-nieve o sobre la funda de un contrabajo) y sus estancias en los siempre elitistas parajes nevados: es realmente complejo que Bond parezca glamouroso con temperaturas bajo cero, pero se consigue. También hay apartado especial para el bikini de Ursula Andress en Dr. No, comparado con el que lucía a modo de guiño Halle Berry en Muere otro día.

Otro capítulo significativo está dedicado a los espacios, con especial atención a los ideados por el gran diseñador de producción Ken Adam. Cabe aquí mencionar el vínculo espacial y de estilo de nuestro Bond con los planteamientos estético-sexuales de la revista Playboy: tanto el mito de Ian Fleming como el modelo de revista para el hombre soltero nacieron a la vez (revista y novelas a principios de los cincuenta, y las películas invadieron los cines cuando la revista llegaba a su apogeo, en los sesenta) y comparten mentalidad y conceptos estéticos: ese aire aerodinámico, limpio y hedonista publicitado en aquellos años por la revista de Hugh Hefner, que esta exposición no aborda críticamente, pero cuyas señas son evidentes: se observan en el amplio palacio-cueva del malvado Scaramanga. La existencia de un hombre atractivo, mujeriego, sin problemas financieros y ningún vínculo familiar y afectivo responde al mismo patrón idealizado de la sexualidad heterosexual masculina, que al final parece que hemos sido los gays en poner realmente en práctica (aunque ya nos podamos casar). La serie, con el tiempo, ha sabido eliminar ciertos rasgos polémicos en los que esta muestra tampoco entra: la misoginia encubierta –solucionada colocando a villanas y chicas Bond cada vez más activas y liberadas, o dejando en manos de Judi Dench el papel de todopoderosa M– y el marco geopolítico: la lucha anticomunista, que luego fue antiterrorista.

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Otra parte muy disfrutable de la exposición es la relativa a la memorabilia: esos objetos propios de Bond o de sus enemigos que son un prodigio de inventiva cinematográfica. La pistola de oro desmontable y realizada con esos elementos que todo hombre elegante ha de llevar consigo (pluma, pitillera, encendedor, gemelos…), otros ítems surgidos del especialmente delirante pero siempre imaginativo laboratorio de Q, y hasta armas realmente despiadadas como el sombrero hongo-boomerang del enano Nick Nack o la dentadura metálica de aquel pesadillesco Tiburón están presentes. Capítulo aparte merece la inclusión de los iconos locomotivos del personaje: yates, deportivos, motos e incluso las lanzaderas espaciales de Moonraker. Una visión efectivamente completa del mito, con miles de lecturas posibles, desde la más inocente y entregada a la más conspicua y ácida. Vamos: que te divertirás tanto si eres fan acérrimo como si eres un crítico contumaz del personaje.

James Bond: el mito que siempre es tendencia

Diseñando 007: cincuenta años de Estilo Bond se puede visitar hasta el 30 de agosto en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa de Madrid (Plaza de Colón, 4). Más información y venta de entradas en su página web.

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