Foto: Alex Lake
Un icono musical no asegura un gran documental sobre su vida. Amy, por suerte, está a la altura del mito en que se ha convertido Amy Winehouse tras su trágica muerte en 2011. Lo más destacable es que no es una mirada complaciente ni condescendiente; su director, Asif Kapadia, utiliza imágenes de su archivo personal y testimonios en off de las personas que mejor la conocían para reconstruir a la persona tras la artista.
Resulta escalofriante que los momentos de mayor pesadilla los ilustren imágenes recogidas durante el período de mayor gloria comercial de la estrella. Y fascina la sensación con que Amy deja al espectador: como si Winehouse fuese una gran amiga, o un familiar, que se nos ha ido. Son varios los motivo que contribuyen a crear tal efecto en el espectador.
1. Las miradas de Amy.
Foto: Nick Shymansky
Acostumbrados a verla retratada por paparazzis, con la mirada ausente o desafiante, en Amy descubrimos la(s) auténtica(s) mirada de Winehouse. Casi siempre con una pizca de ingenuidad, algo desvalida, buscando ante todo ser querida. Son tantos vídeos y retratos inéditos los que componen este gran mosaico que durante dos horas –que se hacen muy cortas– comprobamos cómo su mirada va perdiendo brillo según aumenta su éxito. Y llega a pesar la impotencia de, a pesar de saber cuál va a ser su final, ser un espectador pasivo ante el progresivo oscurecimiento de sus ojos.
2. Los testimonios de los más cercanos a Amy.
Foto: Nick Shymansky
El trabajo de documentación ha sido exhaustivo, y es tal la variedad de voces que contribuyen a reconstruir el retrato de Amy Winehouse que apabulla. Sus padres, sus amigas de toda la vida, sus managers, sus músicos, los directivos de su compañía, sus novios… Todos aparecen en imágenes de archivo, mientras sus voces se escuchan en off. El crisol de testimonios, con multitud de anécdotas y curiosidades muy personales de todos ellos, da como resultado una imagen muy nítida de lo que fue la vida de la artista.
3. La naturalidad de Amy.
Foto: Juliette
Su espontaneidad era una de las armas que hacía que conectase tan bien con el público. Por si alguien le quedaba alguna duda, gracias a esta película documental corroboramos que esa naturalidad no era fingida ni forzada en ningún momento. Duele comprobar cómo las únicas personas que la forzaban a dar la imagen que de ella se esperaba fueron los dos grandes amores de su vida, su padre y su exmarido, Blake Fielder-Civil. Sabrás los momentos a que nos referimos una vez lo hayas visto.
4. El dolor de Amy.
Foto: Optic
Su historia recuerda mucho a la de otro mito desaparecido prematuramente, Michael Jackson. A una infancia complicada y un historial de desórdenes emocionales –y alimenticios– se unió un tercer elemento que en ocasiones da pie a un cóctel mortal: el éxito masivo. Una vez lo alcanzó, Winehouse comenzó el peor de los calvarios, porque se convirtió en un producto y dejó de ser vista por el mundo como una persona. Cuando se recuerdan sus momentos más autodestructivos, acompañados de las mofas que todo el mundo hacía de sus adicciones y su estado físico y mental, resulta imposible no revolverse en la butaca. Al espectador con un mínimo de conciencia se le invita a reflexionar sobre lo crueles que podemos llegar a ser con esas estrellas que vemos, en teoría, brillar.
5. La música de Amy.
Foto: Rex Features
A estas alturas, (casi) nadie que vaya a ver el documental lo hará virgen. El poder de su música es indiscutible, pero gracias a esta película se ahonda más en las motivaciones detrás de cada disco, de cada canción. Se reproducen en pantalla las letras, se escucha a Amy explicar cómo nacieron, vemos cómo tomaron cuerpo los temas en el estudio… También asistimos atónitos a muchos ataques de inseguridad de la artista, que casi nunca tenía claro si gustaba, en ocasiones nublada por las drogas, casi siempre impedida por su falta de autoestima.
AMY SE ESTRENA EL 17 DE JULIO EN CINES DE TODA ESPAÑA.