Cinco meses de interrogaciones fueron incapaces de contestar a las preguntas que Jang Yeong-jin llevaba haciéndose nueve años. ¿Por qué había huido realmente de su país natal, Corea del Norte? ¿Qué le había empujado a cruzar la frontera, arriesgando su vida, para llegar al país vecino? ¿Por qué había sido tan infeliz durante más de 35 años?
No fue hasta unos años más tarde cuando Jang, ya en Corea del Sur, se dio cuenta de que era homosexual, algo de lo que nunca había oído hablar hasta ese momento. Este año ha publicado su biografía, A Mark of Red Honor, donde cuenta cómo se vive la homosexualidad en la república popular socialista y su largo y duro viaje hacia la libertad.
Actualmente, Jang trabaja doce horas al día fregando los suelos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Corea, en el centro de Seúl. Aun así, en una entrevista para el New York Times, el refugiado de 56 años afirma que cualquier cosa es mejor que vivir en su ciudad natal, cerca de la frontera con China.
“No fui capaz de explicar qué es lo que me perturbaba tanto y hacía mi vida tan miserable en Corea del Norte, porque no supe hasta que llegué aquí que era gay ni lo que era la homosexualidad siquiera”, cuenta el protagonista. “Estaba demasiado avegonzado para confesar que vine aquí porque no sentía ninguna atracción sexual hacia mi mujer”.
Aunque en Corea del Norte no hay leyes que prohíban de manera explícita las relaciones entre personas del mismo sexo, la homosexualidad está mal vista porque se considera uno de los indicios de la decadenica moral del tan odiado mundo occidental. Como explicó a New York Times el periodista norcoreano Dong-A Ilbo, “En mi universidad solamente la mitad de todos los estudiantes podrían haber oído la palabra ‘homosexualidad’. Incluso entonces, era siempre tratado como una extraña y difusa enfermedad mental que aquejaba a subhumanos, que solo podía encontrarse en el depravado Occidente”.
“La mayoría de hombres gays en Corea del Norte acaban casándose quieran o no, porque es lo único que conocen”, comenta Jang. Casarse y procrear en Corea del Norte no es una eleccíon o un derecho, es un deber. Como el resto de ellos, Jang contrajo matrimonio también, con una profesora de matemáticas ,después de pasar solo siete años de los diez obligatorios de servicio militar debido a una tuberculosis. De hecho, fue durante esos siete años cuando Jang tuvo sus primeros escarceos con hombres.
Las escandalosas declaraciones sobre el servicio militar, pasando página
“En invierno, cuando a los soldados solamente se les daba un par de sábanas andrajosas, era común que encontrásemos una pareja y durmiésemos abrazados para guardar el calor”. Algo que las propias autoridades fomentaban, como narra Jang: “Lo considerábamos parte de lo que el partido llamaba ‘camaradería revolucionaria”. Jang también relata cómo altos cargos del Ejército le sobornaban con comida extra para que fuese a su cama por las noches. Después de largas y frías noches de guardia, Jang siempre encontraba cobijo entre las sábanas de su alto cargo favorito. Él no es el único norcoreano fugado que ha hablado sobre ese tipo de relaciones en el ejército: “Había mucho abuso sexual, como toqueteos por las noches”, dijo un ex oficial en la televisión de Corea del Sur.
Pero después, pasado todos esos largos años y estando ya casado, en 1987, Jang se dio cuenta de que no podía parar de pensar en una persona: su amigo de la infancia Seon-cheol. Ya con mujer e hijos, Seon-cheol y Jang retomaron la ‘estrecha’ relación que habían mantenido cuando eran jóvenes. Pasaban mucho tiempo el uno en casa del otro e incluso dormían juntos con el permiso de sus respectivas esposas. “Pasé toda mi noche de bodas pensando en Seon-cheol y fui incapaz de ponerle un dedo encima a mi mujer”.
Jang, tras años intentando sobrellevar la vergüenza de un matrimonio que no daba hijos, pidió el divorcio de su mujer. Pero este le fue denegado, así que se vio más atrapado que nunca. “Fue entonces cuando me di cuenta de que mi vida era una prisión y de que no tenía esperanza. Quería volar como un ave salvaje. Además, también quería liberar a mi esposa de ese matrimonio sin amor”.
En invierno de 1996, Jang cruzó un río congelado con dirección a China. Después de pasar más de un año buscando una manera de pasar desde ahí a Corea del Sur, Jang tuvo que trasladarse hasta el sur y cruzar la frontera llena de minas. Su proeza le convirtió en algo así como una celebridad en Corea del Sur, donde finalmente fue amparado. Parte de su familia fue apresada en Corea del Norte cuando la noticia llegó a los oídos de las autoridades del país vecino. “Sé que siete de ellos murieron”, lamenta Jang.
El desenlace de la historia de Jang, pasando página
Aun así, no fue hasta 1998 cuando nuetro protagonista se dio cuenta de lo que era, de quién era. Comprendió por qué nunca llegó a ser feliz, y por qué tras tantos años no podía parar de pensar en su amigo de la infancia. “Él ha sido la única esperanza, sueño y fuente de energía de mi vida”, manifiesta Jang hoy día.
En 2004, Jang volvió a atraer el foco de atención de los medios cuando un hombre que le prometió amor y compañía le estafó y le dejó en la ruina. Han pasado ya 11 años desde aquello y Jang sigue en busca del amor verdadero, aunque parece ser que no está teniendo suerte. Además de su trabajo como limpiador, está preparando su segundo libro, que es también un reflejo de que todavía queda mucho por cambiar en todo el mundo a través de la lucha y la visibilización. “Qué tragedia es vivir una vida sin saber quién eres”.