Acostumbrados a los últimos personajes de Meryl Streep, que cuando no interpreta a villanas ejemplares da vida a amables mujeres sesentona, sorprende ver a la actriz como rockera incorregible, republicana y un pelín homófoba en Ricki. La última película de Jonathan Demme (Philadelphia), con guion de Diablo Cody, es el retrato crepuscular de una mujer que se presenta a ojos del espectador como una detractora de Barack Obama, republicana militante y con ciertas reticencias a asumir la orientación sexual de su hijo gay…
Ricki cuenta la historia de una guitarrista que un día soñó con el estrellato, pero que en realidad se dedica a versionar canciones de Tom Petty, Lady Gaga e incluso P!nk en un club de Los Ángeles junto a su banda The Flash –la propia Streep interpreta los temas–. Para muestra, un botón:
Ricki Rendazzo (Streep) sobrevive a duras penas como cajera en una de esas famosas cadenas de supermercados que someten a sus trabajadores a la dictadura de la sonrisa perpetua, pero cuando se ve obligada a enfrentarse a los convencionalismos de los miembros de su familia –entre los que figuran Mamie Gummer, su hija en la vida real–, su ideología republicana y sus creencias homófobas la convierten en un modelo igual de carca y patético que el que critica.
Mamie Gumer y Meryl Streep, madre e hija en la ficción y en la vida real.
Si atendemos a la progresión de mujeres descastadas que pueblan la producción de la Diablo Cody guionista, nos encontramos a la adolescente embarazada (Juno), la adulta inmadura (Young Adult) y la madre desbordada (United States Of Tara). Todas tienen algo en común: son personajes femeninos que buscan su lugar en el mundo y no especialmente duchos en el arte de las habilidades sociales.
Al contrario, las mujeres de Diablo Cody parecen buscar una falsa redención en la disidencia, en el fuera de la norma, pero su rebelde estilo de vida se nos presenta siempre con una inevitable fecha de caducidad. No es de extrañar que el siguiente sujeto de análisis en la trayectoria de Cody sea el de la madura rockera irredenta que malvive para mantener despierta una vocación que, entre otras cosas, la ha apartado de sus compromisos familiares –otra de las constantes en las películas de Cody–.
Ricky funciona como una especie de Young Adult para fans de Mamma Mia!, o dicho de otro modo, es la mejor manera que Cody y Jonathan Demme han encontrado de luchar contra el puritanismo y la corrección política –la secuencia de la boda es una muestra de ello–. Director y guionista cuentan con la suerte de apoyarse en una Meryl Streep que, con un personaje menos obvio de lo habitual en su reciente historial de malas prototípicas, consigue dotar de matices y vis cómica a esta decadente rockera.