La involución humana

Basta echarle un vistazo a la Historia de las civilizaciones para comprender que entendemos la evolución como un desarrollo siempre vinculado a aspectos económicos, sociales, políticos o tecnológicos y pasamos por alto la calidad humana de los individuos que constituyen esa civilización. Medimos la importancia de nuestra especie en valores exógenos, en logros y descubrimientos […]

22 septiembre, 2015
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La involución humana

Basta echarle un vistazo a la Historia de las civilizaciones para comprender que entendemos la evolución como un desarrollo siempre vinculado a aspectos económicos, sociales, políticos o tecnológicos y pasamos por alto la calidad humana de los individuos que constituyen esa civilización. Medimos la importancia de nuestra especie en valores exógenos, en logros y descubrimientos particulares de los que nos enorgullecemos todos como si realmente formásemos parte del proceso transformador y no nos preocupa lo más mínimo nuestra incapacidad para mejorar el género humano desde la sensibilidad, la bondad hacia nuestros semejantes y otras especies.

No, no es una columna kumbayá. Hablo de que, en millones de años de humanidad, una civilización que ha sido capaz de inventar la rueda, el alfabeto, el teléfono e Internet, de surcar el cielo en aviones y transbordadores espaciales y descender a las profundidades del mar en un batiscafo, de descubrir el genoma humano y erradicar enfermedades de la faz de la Tierra, aún no haya logrado mejorar su propia condición extirpando de su catálogo de características la capacidad de odiar, discriminar, estigmatizar y agredir por cuestión de raza, sexo, ideología, identidad de género y orientación sexual.

La involución humana 

Les pueden parecer los dos párrafos más idiotas, por ingenuos, que han leído jamás pero les aseguro que cuando vi a la funcionaria homófoba de Kentucky salir de la cárcel, entre los aplausos de sus simpatizantes, rodeada de políticos, futuros representantes de una nación, como si realmente se hubiese cometido una gran injusticia con ella, como si fuese una defensora de los derechos civiles, pensé que la especie humana no tenía solución. Porque ese tipo de imágenes, la del fanático que emprende una cruzada contra los derechos y libertades de otros semejantes lleva milenios repitiéndose y nada ha cambiado. ¿Cómo es posible que en la era de la memoria flash y del uso terapéutico de las células madre aún haya quien defienda posturas y argumentos propios del siglo XIII? ¿Dónde está el error? ¿En qué momento se frustró nuestro desarrollo cognitivo?

Recuerden que esa señora, llamada Kim Davis, y que parecía un personaje de una película de los hermanos Coen, pasó seis días en prisión por negarse a emitir licencias de matrimonio igualitario y prohibir a sus subordinados que lo hicieran. O sea, por negarse a cumplir una ley que nos hace más equivalentes, que otorga derechos y que, por lo tanto, objetarla o boicotearla es uno de los actos más infames a los que puede llegar un individuo. Pero este caso solo es uno más de los muchos que pueblan nuestro planeta. Personas cuya única motivación en esta vida es impedir que otros seres humanos puedan desarrollarse en paz y libertad. ¿No les parece que esa manera de pensar ya es, en sí misma, una dolencia a la que tendríamos que haber buscado cura? ¿Por qué no hemos logrado erradicar el machismo, la xenofobia, el racismo y la homofobia de nuestro catálogo de enfermedades mentales?

Seguro que alguno de ustedes habrá notado que en las características susceptibles de discriminación he eliminado, voluntariamente, la religión. No porque no exista sino porque es, con seguridad, la única de esas particularidades que alimenta más discriminación de la que soporta. Si investigan bien, detrás del odio a una raza, a los derechos civiles de mujeres y población LGTB, encontrarán religión. Creencias manipuladas por líderes que consideran la religión como una institución portadora de ideologías más allá de su propio feudo. O sea, la religión como argumentario político, económico, social, filosófico e incluso científico. Kim Davis decía que no le daba una licencia de matrimonio a una pareja gay porque atacaban la “definición divina de matrimonio”. Y añadía que se trataba “del cielo o el infierno”. No cometamos el error de restarles importancia. No los veamos como unos freaks, ni como una minoría porque nuestra desconsideración es su estrategia. Detrás de los sectores más radicales de este siglo XXI hay un líder espiritual. Como lleva ocurriendo desde las primeras comunidades de Homo sapiens. Quizá ahí se encuentre la razón de la involución humana.

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