Los hombres de vida alegre

¿Sabes qué significa la palabra ‘gay’? Si estás leyendo esto (o no vives en la jungla amazónica o un poblado talibán), está clarísimo que sí. Pero antes de torcer el gesto o lanzarme un merecido exabrupto, déjame reformular la pregunta: ¿Sabes qué significaba la palabra ‘gay’ antes de ser un sinónimo de homosexual? Aquí es […]

2 octubre, 2015
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¿Sabes qué significa la palabra ‘gay’? Si estás leyendo esto (o no vives en la jungla amazónica o un poblado talibán), está clarísimo que sí. Pero antes de torcer el gesto o lanzarme un merecido exabrupto, déjame reformular la pregunta: ¿Sabes qué significaba la palabra ‘gay’ antes de ser un sinónimo de homosexual? Aquí es posible que haya alguien que no lo tenga tan claro, y puede que hasta le interese seguir leyendo.

Los hombres de vida alegre

No vamos a remontarnos a los tiempos de la prestigiada pederastia de la Grecia clásica, pero sí resulta necesario ir hacia atrás e incluso dispersarse un poco (esto se me suele dar bastante bien) para luego ir al grano. Así que vamos primero con el término ‘homosexual’, que se le ocurrió a un escritor húngaro en 1869.

Y aunque enseguida fue adoptado por la ‘ciencia’ para definir al individuo que presentaba un comportamiento sexual anómalo, la intención inicial de Karl Maria Kertbeny era bien distinta, pues quiso utilizarlo en su lucha contra las leyes prusianas que castigaban la sodomía.

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Afortunadamente, la percepción de la homosexualidad como una patología médica ha ido desapareciendo poco a poco, al menos en buena parte del mundo civilizado. Antes de seguir, déjame preguntarte una cosa… ¿Qué palabra utilizas más, homosexual o gay? Me juego el cuello (del director o del redactor jefe, quiero decir) a que es ‘gay’.

Bien, es lo normal, aunque seguro que empleas ambas a modo de sinónimos sin mayor problema. Pero ‘homosexual’ es como un poco larga, y demasiado culta tal vez (mezcla de griego y latín), y sí, definitivamente muy larga, cuatro sílabas que pueden acabar dando pereza en estos tiempos de apología de la brevedad.

En cambio ‘gay’… es tan corta, tan mona, tan chic (incluso tan gay). Y está claro que medio mundo (o más) se pirra por las palabras inglesas, y que para ser moderno hay que usarlas plenty, cuanto más, mejor. Hablar en este punto del colonialismo lingüístico resultaría bastante tentador, pero que no cunda el pánico, que voy a intentar centrarme… de una vez.

Para conocer el origen de la palabra ‘gay’, pasa página

En el inglés medieval ya existía la palabra ‘gay’, que a su vez provenía del francés (‘gai’), y su significado era ‘alegre’, ‘divertido’ e incluso ‘hermoso’. En realidad, esta acepción del término sigue apareciendo en cualquier diccionario actual, aunque con el tiempo se ha ido quedando completamente obsoleta.

Lo que sucedió es que a finales del siglo XIX, comienzos del XX, en los Estados Unidos y en la Gran Bretaña, algunos hombres que sentían atracción por otros hombres empezaron a usarla entre ellos. Sin duda era una palabra mucho más amable que los calificativos habituales: desviado, invertido, marica, pervertido, sodomita… Al lado de estos, hasta el término ‘homosexual’ tenía un tono menos despectivo a pesar de sus connotaciones.

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Otra preguntita, ejem… ¿Te has parado alguna vez a pensar que la palabra ‘heterosexual’ no existía antes de que surgiera la palabra ‘homosexual’? Por lo visto, también fue cosa de ese húngaro, Kertbeny.

Cabe suponer que tuvo que inventársela como contraposición ‘cultista’ de la otra, para intentar combatir en igualdad de condiciones lingüísticas. Porque hacerlo contra lo que ni siquiera tiene nombre porque es lo natural, lo normal o incluso la disposición divina, se antoja una batalla perdida de antemano. Así que nada, otro palabro al cántaro: heterosexual (que a mi madre, por cierto, le sigue sonando muy raro).

Ya, volvamos al término ‘gay’. Que fue abriéndose camino en los ambientes más licenciosos durante las primeras décadas del pasado siglo: bares, cabarets y demás antros de perdición. También en determinados entornos laborales (artísticos) más ‘relajados’ de costumbres: teatro, música, danza. No es difícil imaginarse a un hombre empleándolo a modo de código para identificar a sus iguales. Un término que, si no es descodificado, resulta de lo más inofensivo: Sí, soy un chico alegre, ¿cuál es el problema?

La primera vez que se usó la palabra ‘gay’ en el cine fue en 1938, en una comedia de Howard Hawks que acabaría haciéndose muy popular, Bringing Up Baby (conocida por estos lares como La fiera de mi niña), protagonizada nada menos que por Katharine Hepburn y Cary Grant. Curiosamente, fue este último (un gay armarizado según numerosas fuentes) quien la pronunció, enfundado en una divina bata tipo negligé. Puedes ver aquí el divertido momento a partir del segundo 25.

Y poco a poco, sin prisa pero sin pausa, el término fue asentándose entre la población. Claro que para eso tuvieron que pasar muchas cosas, empezando por Stonewall. La célebre revuelta que tuvo lugar en 1969 en ese bar neoyorquino fue el germen de toda la lucha social (o política, si prefieres) que vendría después, con la que la palabra ‘gay’ se iría extendiendo por el mundo ligada a otras como activismo, igualdad, liberación, orgullo…

Vale, pero todo esto sucedía fundamentalmente en los Estados Unidos, y mientras en España estábamos aún en los años del tardofranquismo, cuando a los maricones se les aplicaba la tristemente célebre Ley de Vagos y Maleantes.

Para saber cuándo llegó a nuestro país la palabra ‘gay’, pasa página

De entrada, en España, salvo para los muy anglófilos, el término ‘gay’ resultaba bastante neutro, y se fue expandiendo lentamente a partir de los años 70 (no hace falta recordar todo lo que pasó en nuestro país durante esa década). Eso sí, iba asociado a cierto espíritu de ‘militancia homosexual’, algo que se ha ido difuminando con el paso del tiempo y los avances sociales.

Al contrario que en inglés, aquí el sustantivo ‘gay’ apenas se utiliza para referirse a las mujeres, y para referirse a ambos se suele decir gays y lesbianas (o viceversa). El término ha sido aceptado por la Real Academia de la Lengua, que lo define así:

1. Dicho de una persona, especialmente de un hombre: homosexual.
2. Perteneciente o relativo a los homosexuales.

El plural recomendado por la RAE es ‘gais’, aunque no parece que esa ‘i’ latina esté calando de momento entre la gente. Y tampoco caló el intento de algunos intelectuales de utilizar la palabra ‘gayo’, que existe en la lengua castellana desde hace muchos siglos aunque ha caído en el olvido absoluto.

Su significado es el mismo que tenía antiguamente en inglés y en francés (alegre, vistoso), pero, por lo que sea, no ha cuajado en su ‘vertiente homosexual’ (quién sabe si porque suena a ‘gallo’, que no es un animal demasiado atractivo). Aun así, el término ‘gayo-ya’ se emplea en algunas ocasiones, como se puede comprobar en la cubierta de este libro de 2011.

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El profesor Alberto Mira dice algo muy interesante sobre la apropiación de la palabra ‘gay’: Homosexual es la denominación que nos dieron nuestros opresores, mientras que gay es una palabra con la que muchos homosexuales, sobre todo hombres, pero también mujeres, se sienten cómodos; es una palabra que han activado (que han hecho suya) y han cargado de un significado positivo”.

Para finalizar, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me gustaría ponerle una guinda sonora a este artículo algo sinuoso con una de mis 500 canciones favoritas que contienen la palabra ‘gay’ en su acepción más anticuada. Si no conoces a la maravillosa Julie London, es muy posible que llegar hasta aquí haya merecido la pena: solo tienes que hacer clic.

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