“Soy muy feliz de ser gay. Nunca he pedido a Dios que me hiciera de otra forma”. Artiom Vechelkovski, un sacerdote ruso, ha decidido salir del armario en su país con todo lo que ello supone.
Por supuesto, él ya sabía que sus palabras a EFE iban a suponer la expulsión de la Iglesia y una persecución de la que será difícil abstraerse. Había perdido la fe en Dios y ha considerado que es hora de no esconderse. “Desde que tengo uso de razón sé que soy homosexual, pero yo nunca consideré que fuera un pecado. En cambio, la alta jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa cree que arderé en el infierno”, explica.
Según cuenta, la culpa de lo sucedido es de la alta jerarquía, pues a menor nivel “todo el mundo sabía cómo era yo, pero nadie se escandalizaba”. El sacerdote conoció en 2010 a su actual pareja y, desde que se fueron a vivir juntos en 2012, su relación con Dios se fue erosionando sin remedio. Antepone su pérdida de creencia a su condición sexual para arrojar luz al asunto: “Si hubiera seguido creyendo en Dios, habría seguido. Cuando me hice cura era un idealista, un romántico. Me gusta decir que estaba enfermo y que ahora he madurado, me he curado”.
Continúa con sus clases de idiomas y vive con su madre, pero volverá a mudarse con su pareja cuando encuentre un trabajo. Mientras, lamenta la situación de homofobia que se vive en Rusia: “Con la llegada al poder de Vladímir Putin hemos regresado a la Edad Media. Uno no puede creer que estemos en un país europeo del siglo XXI. La retórica oficial es inculta y bárbara, y únicamente busca manipular a las masas”, argumenta.
Teniendo en cuenta la infame ‘ley de propaganda homosexual’, nos encontramos ante un potencial delincuente por el hecho de ser gay. Mientras sigue recibiendo amenazas desde las autoridades, él solo pretende luchar por una Rusia con plena libertad sexual: valentía le llaman a eso…