La aceptación social de la transexualidad siempre se ha visto obstaculizada por la visión que daban ciertos medios de comunicación. Incluso el cine y las series han jugado a ridiculizar al personaje de turno, que no pretendía más que ser un cúmulo de estereotipos agitado desde la ficción. Todo esto parece haber alcanzado un punto y aparte con la llegada de Caitlyn Jenner, ahora ex madrastra mediática de las Kardashian, que sabe navegar por aguas turbulentas gracias al bagaje que da un pasado como deportista de élite.
No hace falta encumbrarla a los altares, ni tan siquiera pensar que viene a representar a todo un colectivo, pero su emotivo discurso meses atrás, durante una ceremonia deportiva, es de los que hacían falta para calar en el resto de la población. Los medios se rindieron a sus pies, y tras ellos una sociedad que aún a día de hoy parece confundir incluso identidad con condición. No importa, lo realmente positivo es que ahora la gente de a pie intenta matizar cualquier término y hasta han incluido la palabra transgénero en su vocabulario. Es un paso bastante grande si nos planteamos qué habría pasado si hace tan solo una década cualquier deportista famoso de nuestro país, y con 65 años, se hubiera lanzado a reconducir su vida como siempre había deseado. El respeto habría brillado por su ausencia.
Ciertos sectores de la prensa y la televisión ya están esperando que Caitlyn dé un paso en falso, como si no fuese humana, para así poder atacarla y dar rienda suelta a sus prejuicios. De nada me sirve que maticen si ella es republicana o que hasta hace nada se mostraba contraria al matrimonio igualitario, porque quizás mi tolerancia comience donde termina la suya. No pretendo que mis ideas tengan que ser afines ni que ella suponga un caso ejemplarizante para resto del mundo. Me basta un discurso como el de los premios ESPYS, en donde recalcó el respeto que merece cualquier persona por diferente que sea, anhelando una sociedad más empática a través de la educación. Y todo eso perteneciendo al negocio del espectáculo, con reality de por medio, llega más lejos.
No cabe duda de que parte de la fascinación que despierta viene dada por su reconversión en mujer sexy, rica y elegante. Con semejantes requisitos siempre es más fácil agradar a la sociedad imperante, la cual –también es cierto– ha avanzado en ciertas ocasiones más rápido que algunas leyes. Caitlyn goza de una economía y unos privilegios que le permiten no sufrir la rutina diaria de cualquier otra mujer transexual que quizás tenga que verse sometida a las curiosas e inquisitorias miradas mientras ejerce la prostitución. Pero he ahí la labor principal de la Jenner, y de la que ella es consciente: va a aportar una visión distinta de una minoría estigmatizada, cambiando quizás el rumbo de aquellas series y películas que buscan el chiste fácil a través de un personaje trans repleto de clichés.
Hace cuarenta años, la tenista Renée Richards inundó las páginas de sociedad, la crónica rosa, amarilla y de todos los colores. Pero aquellos ríos de tinta no venían por sus buenas jugadas (llegó a ser la número 20 del ranking mundial femenino), sino por su condición de transexual. La prensa mundial caía en la burla constante y el titular morboso, por lo que no es de extrañar que Renée abandonara el mundo del tenis poco después, a principios de los ochenta, con el añadido escarnio de unas compañeras que se lo ponían más difícil. Como entre deportistas anda el juego, quiero pensar que Caitlyn ha venido a vengarse de todos aquellos comentarios malintencionados, reafirmando que ahora sí nos encontramos en el siglo XXI.
VALERIA VEGAS DESARROLLA SU ACTIVIDAD COMO DOCUMENTALISTA A TRAVÉS DE REPORTAJES, EXPOSICIONES Y COLABORACIONES EN MEDIOS COMO VANITY FAIR. ES AUTORA DEL LIBRO GRANDES ACTRICES DEL CINE ESPAÑOL.