No entiendo por qué todos los medios del mundo empiezan ya a publicar sus pesadas listas con las mejores canciones del año, cuando no hay necesidad de discusión alguna. ¿Acaso no está clarísimo que el temazo de este años ha sido Pégate de Ylenia, cari?
No me vengas con que babeas con Justin Bieber o con Selena Gomez –que lo entiendo–, porque no son competencia. Si Ylenia tuviese detrás una maquinaria tan potente como ellos, quizá hasta la habríamos visto presentado los American Music Awards en lugar de a Jennifer Lopez.
Ojo, que a J.Lo la adoro, y ahora mismo está en un momento de power que me recuerda a las etapas gloriosas de Rocío Jurado, cuando parecía que era capaz de cualquier cosa sin esfuerzo. Ya quisiera ser yo así, ¡pero qué va! Hoy día, solo para reunir el valor de acercarme a un tío para decirle que me encanta su ‘piquetón’, me tengo que beber antes de golpe dos jäggerbombs, por lo menos. A veces, me suben tan rápido que cuando por fin me acerco para insinuarme se me entiende menos que a Jesús Castro en Mar de plástico.
Y eso que, del calambrazo que me da el chute de alcohol, de repente dilato tanto que parece que tengo una boca más grande que la de Nina… Me admira que esa mujer haya vuelto a Mamma Mia!, que tenga energía para aguantar una sesión tras otra, cantando siempre las mismas canciones de ABBA. Que también me han gustado siempre, pero claro, llega un punto en que casi prefiero ponerme el último de Malú –y eso que me da casi la misma pereza que el nuevo de la Pausini– que sus hits de siempre, tan trillados.
Ojalá tuviera ya Ylenia un álbum entero para animarnos las fiestas que se avecinan. Me da a mí que la tía es una perra, que prefiere pasarse las horas muertas en el plató de las galas de Gran Hermano que irse al estudio y dejar unas vocecitas grabadas para que se las manipulen en condiciones. Pues hace mal, debería tomar ejemplo de Rebeca o de Leticia Sabater, que están que no paran, y venga a sacar canciones nuevas todo el rato.
Es lo que hay que hacer; hoy día no te puedes quedar como Mina encerrada en tu casa viviendo de glorias pasadas –salvo que seas Mina, quiero decir, o Adele–. Si te fijas, ni Mónica Naranjo ha podido quedarse en casa los últimos años para terminar en paz Lubna, esa ópera rock que no me creo que por fin vaya a salir el mes que viene. Claro, todo el día juzgando el arte de otros no te permite concentrarte después en lo tuyo, lo entiendo.
Porque mi trabajo es similar, solo que en vez de juzgar voces me fijo en la calidad de los cócteles o en la amplitud de los cuartos oscuros, ¡qué le vamos a hacer! Por lo menos soy buenísima en lo mío, no como Clara Lago, que encima de mala actriz es peor estrella –o aspirante–. Chica, si yo actuara tan mal como tú, te aseguro que no me quejaría lo más mínimo de que la gente se quiera hacer fotos contigo. ¡Lo extraño es que te las pidan con el poco arte que tienes, mona!
Nunca entenderé a estas famosas de tres al cuarto que llevan mal la popularidad. Con lo agradecida que soy yo para esas cosas: hay mañanas que, en lugar de hacer footing para quemar las dos magdalenas que he desayunado, me pongo mona y me bajo a Chueca –o al Gaixample, donde me pille– y me ofrezco a cualquier marica que pasa para que nos hagamos un selfi juntos, así de buen rollo. Muchas veces me miran como si estuviera loca. ¿Por qué será?
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