“Cuando nos besamos por primera vez, fue como besarme a mí misma”, dice la pintora Gerda Wegener (Alicia Vikander) a su círculo de amigos en una secuencia de La chica danesa. Habla del momento en que conoció a su marido, Einar Wegener (Eddie Redmayne), considerado el mejor paisajista en la Dinamarca de los años 20, de cómo ella tomó la iniciativa y se convirtieron en un matrimonio de artistas hechos el uno para el otro.
Pero Gerda también anticipa que el suyo será un amor desdichado como los paisajes que acostumbraba a pintar Einar: dos árboles despojados de hojas en un ambiente inhóspito, frío y hostil. Porque Einar está a punto de descubrir que es una mujer que nació en el cuerpo equivocado.
Si la Copenhage de 1926 a duras penas aceptaba que una artista como Gerda, por su condición de pintora y mujer, pudiera acceder a las exclusivas esferas de las academias de Bellas Artes y los marchantes de arte, ¿cómo podía tolerar que Einar, hasta entonces uno de sus mejores pro-hombres del mundo de las artes, se definiera en realidad como mujer? Y todo por un gesto tan inocente como trascendental que cambiaría la vida de la pareja: Gerda pidió a Einar que se colocara un vestido de mujer para posar como modelo femenina y poder completar así el retrato de una bailarina que no había podido acudir al estudio ese día.
Lo que en principio empieza como un divertimento continúa como una revelación vital. Tras ese primer episodio con un vestido vendrán otras prendas (un corpiño, un camisón…) que, lejos de fetichismos, llevarán a Einar a descubrir su propia identidad. A partir de entonces, pasará a llamarse Lili Elbe y continuará posando para Gerda, cuyos cuadros, cercanos al estilo de Tamara de Lempicka, causarán sensación en media Europa.
En la que probablemente sea su película más atrevida, el director Tom Hooper se esfuerza por ofrecer un retrato delicado –especialmente obsesionado con los encuadres académicos y simétricos–, de una pionera del movimiento transgénero, a la que da vida un andrógino Eddie Redmayne. “Es un relato de autenticidad, identidad y valor, pero también es una historia de amor. Habla del valor que hace falta para encontrarse a sí mismo, para ser uno mismo”, explicaba Redmayne en la presentación de la película. “Trata de los obstáculos de la vida y de cómo se superan siendo dos”.
Y de piedras en el camino, Lili Elbe supo bastante. Tuvo que soportar que la trataran como una aberración o una degenerada, cuando no una enferma psiquiátrica. Su caso se explicó en términos de ‘confusión mental’, ‘desequilibrio químico’ o ‘perversión’, e incluso llegó a ser sometida a radiación en los genitales. Tras huir a París en busca de un clima más tolerante con su identidad de género, conoció a un doctor que le prometió llevar a cabo la primera operación de reasignación de sexo de la historia en un hospital de Dresde. Por eso Lili escogería como apellido el nombre del río que cruza la ciudad que la vio ‘renacer’ como mujer. Una transición de lo más traumática –en total fueron dos operaciones– que Hooper ahorra al espectador, pero que la propia Lili plasmó en Man Into Woman, unos diarios que sirvieron de base para el guion de La chica danesa.
Al margen de la carrera de premios –Redmayne repetirá con casi total seguridad en los Oscar–, con que La chica danesa sirva para redescubrir a Elbe y Wegener, dos mujeres que desafiaron las convenciones, ampliaron los límites de la ciencia médica y fueron claves para entender la despatologización de la transexualidad, ya habrá merecido la pena.
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