Supo entender a los gays mejor que nadie

“El deseo por alguien del mismo sexo no puede ser una enfermedad mental si las personas LGBTI no tienen problemas por aceptar su propia sexualidad y se sienten cómodos al igual que los heterosexuales”. Si retrocedemos en el tiempo, lo que ahora parece lógico, hace no demasiados años no lo era tanto. Porque, hasta 1973, […]

29 diciembre, 2015
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Supo entender a los gays mejor que nadie

“El deseo por alguien del mismo sexo no puede ser una enfermedad mental si las personas LGBTI no tienen problemas por aceptar su propia sexualidad y se sienten cómodos al igual que los heterosexuales”. Si retrocedemos en el tiempo, lo que ahora parece lógico, hace no demasiados años no lo era tanto.

Porque, hasta 1973, la homosexualidad estaba considerada como una “perturbación sociopática de la personalidad”. Fue entonces cuando el doctor Robert Spitzer, autor de las palabras que abren este texto, se empeñaba en eliminar algo tan natural como sentirte atraído por una persona de tu mismo sexo de la clasificación de enfermedades mentales donde se alojaba. El pasado 25 de diciembre nos dejaba a los 83 años.

Los problemas cardiacos, tal y como explica su viuda y compañera de profesión, la profesora emérita de la Universidad de Columbia Janet Williams, terminaban con su resistencia. Spitzer, una de las cabezas visibles del Manual de Diagnóstico y Estadísticas de los Trastornos Mentales (DSM), un libro que enumera los trastornos, tomaba la valiente decisión de eliminar de ahí la homosexualidad tras reunirse con activistas.

“¿Existen estudios? ¿Qué pruebas hay de que lo sea? 

Un trastorno médico debe estar asociado a angustia subjetiva, sufrimiento o discapacidad de la función social”, argumentaba en una de sus múltiples entrevistas. Y es que, para muchos, que el matrimonio gay sea una realidad en lugares como Estados Unidos, es en parte gracias a Spitzer. Consiguió que el polémico diagnóstico se modificase por “perturbación de la orientación sexual”, para describir a las personas cuya orientación sexual, independientemente de la que fuese, les causaba angustia.

Solo un borrón en su inmaculado historial: en 2001, apoyó las ‘terapias reparativas’ mediante la publicación de un estudio donde aseguraba que la sexualidad se podía cambiar. Diez años después, se disculpaba: “Al leer estos comentarios yo sabía que suponían un problema, un gran problema, y no podía responder. ¿Sabe de alguien que haya cambiado realmente de orientación sexual?”, concluía. Reconoció, además, que esa era la única investigación que lamentaba en su carrera. Hoy nosotros le recordamos a él.

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