Unos pocos días después de la trágica muerte de Alan, el joven transexual de 17 años que se suicidó la pasada Nochebuena tras no poder aguantar más el acoso de sus compañeros de instituto, su madre, Ester, ha concedido una entrevista al diario El Mundo para que todo el mundo sea consciente de que el acoso es un arma muy potente. “Quiero contar la historia de mi hijo para que a nadie le vuelva a pasar algo parecido. Mi hijo no se ha suicidado porque sí, ha sido víctima de un crimen social. Una cadena de gente se ha reído de él a lo largo de su vida. Es la lacra del acoso que persigue al diferente. Y mi hijo lo era”.
Alan había conseguido ser el primer menor transexual de Cataluña en obtener un DNI acorde a su verdadera identidad sexual, un hecho que le entusiasmaba, a pesar de que 20 días más tarde decidiera quitarse la vida. Su madre lo describe como una persona que quería hacer el bien, ayudar a gente con problemas o enfermedades, aunque sus propias problemáticas no le dejaron continuar, “siempre tuvo un aspecto poco femenino, y a los 14 años dijo abiertamente que era lesbiana. Iba de la mano con otra chica y en casa nos pareció estupendo. Pero en el instituto las cosas no fueron igual, le llamaban ‘marimacho’, ‘lesbiana de mierda’ y esas cosas”. Alan comenzó a autolesionarse y a tomar pastillas, tuvo que ingresar en el hospital con un diagnóstico de depresión mayor, “hablamos con el instituto y recibimos apoyo de los profesores, pero creo que faltó una buena detección del problema”, asegura Ester.
El miedo de Alan por volver al instituto hizo que sus padres le cambiaran de centro, con la esperanza de que todo fuera mejor, suponía comenzar de cero. El 15 de septiembre de 2014 Alan arrancó el curso y nueve días después volvió al hospital. Volvieron los insultos y las agresiones; aun así, unos meses más tarde Alan decidió ser Alan, iniciaron los trámites para el cambio de nombre y quiso llamarse Alan, como su gata Nala, pero al revés.
Ester fue al instituto donde el joven iba a comenzar un módulo de Técnico en Atención a Personas en Situación de Dependencia, para informarles y pedir que se le tratara como un chico, sin que nadie supiera con qué género había nacido. Pero la realidad volvió a convertirse en un infierno, “le hicieron la vida imposible, le daban porrazos contra la pared, le tiraron por las escaleras, le decían que tenía barriga de mujer y no músculos de hombre, le levantaban la camiseta y le decían que cómo era posible que fuera hombre cuando tenía tetas… A lo mejor para esas chicas era todo una broma, pero para Alan era una tortura”.
Un mes antes de su muerte, el joven volvió al hospital, estuvo ingresado varios días pero por las fechas que eran le informaron de que no podría acudir al centro de día a diario ya que no habría mucho personal. La mañana del 24 de diciembre habló con una psicóloga y esta comunicó a sus padres que Alan estaba muy triste, le recomendó unas pastillas para dormir y que pasara las Navidades junto a su familia.
Esa misma tarde, “seguramente se sintió desprotegido sabiendo que no podía ir allí todos los días”, dice su madre, ingirió unas pastillas antiguas que estaban guardadas bajo llave junto a alcohol, y Alan se fue. El resto de la historia ya se hizo pública, concentraciones de apoyo y lucha en contra del acoso, el uso del hashtag masivo #YoTambienSoyAlan, etcétera.
Cuando a Ester se le pregunta acerca del apoyo de los adultos durante la vida escolar de Alan, confiesa que no se puede quejar del trato, aunque algo falla. “Entendieron siempre todo, pero los profesores saben quién es líder y quién no, quién tiene el poder y quién lo sufre. ¿Por qué no preguntan desde infantil a los niños si han visto a algún compañero sufrir por otro?”.
Ojalá ninguna otra madre repita las mismas palabras de Ester, porque nosotros también somos Alan.