Y dale, qué manía. “¿Es Valentino Rossi homosexual?”, se plantean en diversos medios y foros italianos tras la ruptura del piloto con la modelo Linda Morselli. Nosotros preferimos cambiar de pregunta: ¿Por qué se cuestiona si Valentino Rossi es homosexual? Háganselo mirar.
Porque mientras una corriente homófoba asegura que su ex pareja era una tapadera, una coctelera repleta de transalpinos que rechazan al colectivo gay unidos a los tabúes que siguen golpeando al mundo del motor solo traen juicios y prejuicios. Y qué curioso, después de atacar la intimidad de su archienemigo Márc Márquez en la misma direción, ahora las miradas apuntan hacia el 46. No se trata de rivalidad, ni siquiera de deporte.
Desde que Vale surca el asfalto, su mano derecha Uccio también es su sombra. Y claro, ¿cómo iba a tener un personaje mundialmente conocido un amigo a su lado que haga labores de comunicación y representación sin ser su novio? La conexión resulta bastante evidente. Y repugnante.
Porque, más allá de que Rossi siempre haya negado ser gay, resulta incomprensible que se vuelva a usar la condición sexual de alguien tan relevante como estímulo negativo e insulto. Además, si imaginamos por un momento que se declarase homosexual, las críticas serían aún más férreas que los rumores. Y luego nos extrañamos de la ausencia de visibilidad…
La verdad es que Uccio siempre fue un polemista. Un “en los primeros recuerdos de mi vida ya estaba Valentino, nacimos con dos meses de diferencia y siempre hemos estado muy unidos” y un “con Valentino uno no puede salir a ligar, sufrirá una de las mayores depresiones de su vida cuando todas las chicas del local le busquen a él” para motogp.com empujan a su media naranja fuera del armario de forma contundente. Que el mánager tenga una niña de dos años junto a su pareja Pamela Severini tampoco interesa.
Para concluir: aún menos apasionante es ver cómo se practica el outing con alguien que acaba de romper con su novia. O cómo los cotilleos homófobos se priorizan delante de circuitos, podios o victorias. Esta vez no hay champán, solo un cóctel amargo que debe servir para seguir reflexionando.