El estreno en abril de 2015 de Medea, de Andrés Lima, en el Teatro de La Abadía de Madrid dentro del proyecto Teatro de la Ciudad, terminó con una Aitana Sánchez-Gijón desnuda y embadurnada de barro hasta las pestañas, y con el patio de butacas en pie –entre ellos, su amigo Mario Vargas Llosa–, entregado a su catártica interpretación de la tragedia griega. Un año más tarde, la actriz recoge el Premio Valle-Inclán y el Max a la mejor intérprete por un papel que ha sido, según sus palabras, “la experiencia más gozosa y placentera” que ha vivido hasta ahora.
Es cierto, hay un antes y un después de Medea en su carrera, un montaje tan exigente físicamente que no se podía permitir más de tres funciones seguidas. “Como las cantantes de ópera”, bromea. “Acababa muerta de hambre y con tal dolor de cuerpo que gran parte del sueldo me lo he gastado en fisioterapeutas. Y me agotaba emocionalmente, pero también me dejaba muy limpia y renovada”.
La actriz habla de Medea como una experiencia vital que ha trascendido el hecho teatral y con la que ha exorcizado fantasmas y dolores. “A día de hoy, no sé a qué nivel ha influido en mí, no soy capaz de racionalizarla”, explica. Y dice que tiene ganas de más. “Hay intención de retomar la obra. Hasta el día de hoy, siempre que he terminado con un personaje, por mucha pena que me haya dado, lo he aparcado. Sin embargo, Medea es inabarcable, más grande que la vida. Tiene un misterio tan profundo que nunca acabas de desvelarlo. Cuando estás interpretando a un personaje al límite, con un dolor tan desgarrador que mata a sus propios hijos, podrías pensar que el proceso es doloroso, a contracorriente, difícil y espinoso, pero no, algo tan extremo puede ser un placer. Ahora entiendo a Núria Espert, que tantas veces la ha interpretado”.
“LOS HOMBRES DEBERÍAIS DAR LAS GRACIAS A TENNESSEE WILLIAMS POR ESCRIBIR PERSONAJES MASCULINOS TAN HERMOSOS”
De Medea, una mujer despreciada por su marido, pasamos a Serafina Delle Rose, una siciliana vitalista que abraza ciegamente el luto por la muerte de su esposo y a la que la irrupción de un desconocido, Alvaro Mangiacavallo –en la piel de Roberto Enríquez–, trastocará la vida. Es La rosa tatuada, un Tennessee Williams que versiona y dirige –por fin– una mujer, Carme Portaceli, en el Centro Dramático Nacional. “Cuando me lo ofrecieron estaba de camino al Festival de Mérida. Tuve que pedirle a Carme un poco de tiempo, me costaba mucho imaginarme interpretando a otra mujer que vuelve a partir de la obsesión, la ausencia y el duelo por un hombre”. Pero la directora le dio la clave: “Si Medea es la oscuridad, Serafina es la luz, un canto a la vida, me dijo”.
Portaceli ha ambientado la obra en la Nueva Orleans post Katrina y ha potenciado el tono de mujer salvaje de Serafina, quizá para acabar así con cualquier interpretación presuntamente misógina del teatro de Williams, en especial esa idea de que las mujeres de sus obras solo parecen orbitar en torno a hombres. “Estamos hablando de un momento determinado y una sociedad determinada. Avanzamos poco a poco, pero el ideal romántico sigue primando por encima de todas las cosas. Yo me doy cuenta en las nuevas generaciones, en mis hijos de 15 y 12 años, de que seguimos anclados en el pasado, sobre todo en los roles que adoptan, en sus maneras de relacionarse y en su primeros amores. Williams retrata la dependencia emocional, pero a través de mujeres tan fuertes que trasciende esa interpretación”, explica la actriz.
¿Cómo ha marcado Tennessee Williams su carrera? ¿Por qué cada vez la vemos menos en cine? Pasa página
Esta también es la obra perfecta para que Aitana, nacida en Roma, despliegue su herencia italiana. “Es un homenaje a ‘mia mamma’ y a mi parte italiana. Pasé mi primer año de vida en Italia, el italiano fue la primera lengua que aprendí y he trabajado en películas italianas, pero esta es la primera vez que lo hago en teatro con un personaje tan contundente y con el precedente de Anna Magnani, que son palabras mayores”, cuenta. Hay un altar en el escenario y dice que está pensando ponerle una vela a la Magnani, como una santa más.
«HE NOTADO UN CORTE RADICAL EN MI CARRERA CINEMATOGRÁFICA AL LLEGAR A CIERTA EDAD»
La rosa tatuada es el segundo Williams en la carrera de Aitana. El primero, La gata sobre el tejado de zinc, fue un montaje de 1995 que surgió por su propia iniciativa, a través de la que por entonces era su compañía, Strion, y en el que pidió a Mario Gas –el mismo que le hizo entrega del Max– que la dirigiera. “Ahí Tennessee Williams ya hablaba de los corazones enjaulados, un tema que se repite en sus obras. Él mismo era un hombre en conflicto con su sexualidad y su vida amorosa. En el caso de Maggie, era una mujer incapaz de vivir en plenitud el amor que sentía hacia su hombre. Al igual que Serafina o cualquiera de nosotros cuando no somos capaces de vivir consecuentemente con nuestros anhelos y necesidades. Él es un maestro en retratar este tipo de personajes porque lo vivió en carne propia. Y los hombres deberíais dar las gracias a Tennessee Williams por escribir personajes masculinos tan hermosos como Mangiacavallo”.
En octubre, Aitana volverá por fin al cine con el rodaje de la nueva película de Patricia Ferreira –una historia de amistad junto a Carmen Machi y Adriana Ozores–, pero para quien fuera presidenta de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, el teatro se ha convertido en el medio donde sentirse realizada. “Presenta mejores papeles para mujeres. Hace ya siete años que no trabajo en cine, tan solo un par de colaboraciones esporádicas. He notado un corte radical en mi carrera cinematográfica al llegar a cierta edad. Afortunadamente, ha aparecido la televisión en mi vida con un proyecto de calidad como Velvet, que me da estabilidad y me permite compaginar con grandes proyectos teatrales en los que he focalizado mis ansias de creatividad. Para mí, el teatro es lo más grande”.
LA ROSA TATUADA SE REPRESENTA EN EL TEATRO MARÍA GUERRERO (C/TAMAYO Y BAUS, 4) DE MADRID HASTA EL 19 DE JUNIO.
Fotos: Miguelangelfernandez.net