Acaso el mundo LGTB (pero hablemos hoy de gays explícitamente) a veces ha cantado victoria con indudable –aunque comprensible– exceso de optimismo. Siglos y siglos de tenaz homofobia, pregonada por las llamadas “religiones del libro” (judaísmo, cristianismo e islam) no pueden desaparecer por cincuenta supuestos años de felicidad.
Tampoco hemos comprendido que los éxitos conseguidos en Europa o América no computaban en el resto del planeta. La homofobia está ahí y no morirá de golpe aunque haya que hacer más que algo contra el Estado Islámico y haya que vigilar –incluso si muchos son claramente pacíficos– a los musulmanes, pues de familias integradas surgen hijos de un fanatismo criminal y atroz.
La matanza acontecida en Orlando (Florida) iba contra un club gay llamado Pulse que celebraba una fiesta latina: 50 muertos y 53 heridos, por divertirse y ser “maricones”. Si eso lo permite un dios –el que sea– hay que pensar seriamente en el ateísmo y en borrarse de todas las iglesias…
Sí, hoy el enemigo es un Islam brutal y mucho peor que bárbaro, antaño fueron calvinistas, luteranos o católicos; tuvieron que llegar muchas revoluciones francesas y muchos códigos Napoleón (que despenalizaba la homosexualidad) para que entráramos en una “normalidad” históricamente apenas estrenada. Más de mil años de contumaz homofobia no pueden desaparecer del inconsciente colectivo (y menos en los fanáticos religiosos) en solo cincuenta años parciales de logros normalizadores o tolerantes sin más. Recordemos que la orgullosa Gran Bretaña –atrozmente puritana tantos siglos– tuvo vigente la ley antihomosexual por la que Oscar Wilde fue condenado a trabajos forzados en 1895, hasta 1967, reinando ya esta algo caricaturesca reina que aún hoy tienen.
No hay duda de que la salvaje matanza de gays o simpatizantes en Orlando es obra de un islamista radical llamado Omar Siddique Mateen, de quien su mismo padre ha declarado que era homófobo, mientras que su mujer se había separado de él por bestia. Un perfil muy típico que hoy cuadra perfectamente con el yihadista de dentro de nuestras fronteras; pero lo que ha hecho Omar lo puede hacer –menos posibilidades– un fanático mormón, adventista o católico de tal o cual secta para eliminar a los pecadores contra natura que ofenden a su dios salvaje.
Si un gay busca una religión debe fabricarla a su hechura o hacerse budista o resucitar los cultos paganos de Venus o Baco. Ahí no hay problemas, pero las “religiones del libro” (hoy singularmente el Islam) llevan muchos siglos diciendo “el que no está conmigo está contra mí”, y eso es canalla. Una sociedad civil y laica debe reaccionar con fuerza contra estas barbaridades, repetibles me temo, porque existe la homofobia…