La visibilidad LGTB y el mundo del deporte no acaban de casar en una misma línea. Ejemplos valientes que hacen que términos como leyenda, icono o pionero sí precisen de su utilización acumulan polvo en la hemeroteca. Así que a pocos días para que comiencen el mayor evento del mundo del deporte, en Río de Janeiro, con 43 participantes abiertamente homosexuales, conviene echar la vista atrás. Ahí anda Otto Peltzer (Drage, Alemania, 1900), primer deportista abiertamente gay de la historia que participó en unos Juegos Olímpicos.
Por cierto, Peltzer fue el único atleta en ostentar las plusmarcas mundiales de 800 m y de 1500 m hasta que Lord Sebastian Coe, actual presidente de la IAAF (Federacíon Internacional de Atletismo) igualó la hazaña más de medio siglo después. Porque ‘Otto der Seltsame’ (Otto el extraño), tal y como le apodaron en la Universidad de Múnich hacia 1918, en plena República de Weimar, explotó en 1926 con el claro objetivo de reinar en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928, primer evento donde se levantaba el veto a Alemania después de la I Guerra Mundial.
Poco antes del pistoletazo de salida, Peltzer se lesionaba jugando a balonmano y tenía que renunciar. En Los Ángeles 1932, lejos de su mejor forma, consiguió discretos resultados al correr con zapatillas de clavos sobre la pista dura del estadio angelino y ni siquiera pudo clasificarse para una final. Terminaba su carrera al más alto nivel pero, paradójicamente, comenzaba su persecución.
Pese a que en 1933, ya con Hitler en el poder, se unió al Partido Nazi y se incorporó a las SS, 1935 iba a marcar un antes y después en su vida. También en todo el país, con el recrudecimiento del artículo 175 del código penal alemán (§ 175 StGB-Deutschland), una norma que estuvo vigente hasta 1994 y que penaba las relaciones homosexuales en los hombres. En 1935 se redefinieron las faltas como delitos con sanciones de hasta 5 años de cárcel, ya sin limitarse a la “fornicación”, sino “de forma objetiva se daña el sentido del pundonor público y de forma subjetiva había intención lujuriosa de despertar la sensualidad de uno de los dos hombres o de un tercero”. El abuso de relaciones de dependencia, las relaciones homosexuales con hombres menores de 21 años y la prostitución masculina estaban catalogados como casos de agravante por impudicia con hasta 10 años de prisión.
Todo ello fue una consecuencia de la ‘Noche de los Cuchillos Largos’, una purga donde el movimiento nazi buscaba modificar su imagen frente a la comunidad católica a base mano dura y conservación de la raza aria. Y claro, como los homosexuales no se reproducían y por tanto no perpetuaban la especie… Otto Peltzer fue sentenciado en junio de 1935 a 18 meses entre rejas por “delitos homosexuales con jóvenes”. Puesto en libertad con la premisa de abandonar su carrera deportiva, fue arrestado de nuevo, exiliado a Dinamarca, Finlandia y Suecia hasta 1941, donde le aseguraron que sus cargos habían prescrito. Mientras se comprobaba, fue enviado al campo de concentración de Mauthausen-Gusen y marcado con un triángulo rosa (símbolo para identificar a los homosexuales), donde el Ejército estadounidense le liberaría el 5 de mayo de 1945.
No obstante, la homosexualidad seguía siendo ilegal en la Alemania de los 50, así que Peltzer no recibiría jamás un solo guiño por parte Asociación Alemana de Atletismo (DLV) y su presidente, Carl Diem. Marchó a la India, donde entrenó a sus atletas en el rebautizado Otto Peltzer Memorial Athletic Club de Nueva Dehli, en su honor. Volvería a Alemania tras sufrir un infarto y, en 1970, fue encontrado muerto en el aparcamiento después de presenciar una competición. Hasta el último minuto, estuvo ligado al tartán, allí donde fue feliz y ni siquiera la discriminación fue capaz de batirle.