La supernova eclipsó anoche Barcelona. Beyoncé, reina de armas tomar, cerraba ayer la etapa europea de su último tour en la ciudad condal. Nada más y nada menos que 46.000 personas fueron las que abarrotaron el recinto para ver a esta diosa de ébano y comprobar que es de carne y hueso, aunque después de lo ocurrido anoche, muchos proclaman su divinidad aún más alto. Casi a las diez de la noche y al ritmo de Formation, su éxito más reciente, Queen B emanaba de forma majestuosa de las entrañas del Estadio OlÍmpico; el público se ponía de pie para recibir a la diva gay. “La reina ya está en casa”, gritó la cantante. La histeria dominaba el ambiente por primera vez y el show no llevaba mucho más de diez minutos. Tras ella, su ejercito de veinte bailarinas y una pantalla gigantesca que hizo las delicias de todos los allí presentes. Si Beyoncé no es mundana por sí misma, imaginad cuando se alía con la mejor tecnología. Un sonido impecable y unas piezas audiovisuales arrolladoras que, pese a tener una calidad intachable, no consiguieron eclipsar a ese huracán llamado Beyoncé.
Poco queda de aquella Sasha Fierce que hace años intentaba romper esquemas en el mundo del pop al ritmo de Single Ladies (la cual no interpretó anoche), dominado por aquel entonces por Lady Gaga. El alter ego que la cantante se creó hace años es un pequeño gato indefenso si se compara con la bestia salvaje que anoche hizo vibrar los cimientos del estadio. Beyoncé es la maquina perfecta; ningún estilo musical se le resiste a esa voz sobrenatural que funciona tan bien ‘a cappella’ con Love On Top, acompañada de bases trap con Feeling Myself o junto al rock agresivo de Don’t Hurt Yourself, que nos mostró a una Beyoncé al borde del delirio, poseida por la supuesta infidelidad de su marido, el rapero Jay-Z, y que la cantante se ha dedicado a contar en las letras de su ultimo álbum. Mención aparte para las coreografías imposibles del show. Ni con esas consigue desafinar ni ser eclipsada por sus bailarinas. Todo gira en torno a ella, nadie cree en otra cosa que no sea Beyoncé.
Pese a mostrar los aspectos más íntimos de su vida en sus letras y a algunos de los video-interludes del show, la artista sigue siendo de otro planeta. El espectáculo no da tregua ninguna a la audiencia. Dos horas de fuegos artificiales, llamas gigantes, acrobacias, lluvia de confeti y coreografías de inspiración africana en el agua para ensimismar al espectador y convertirlo en un fiel creyente de esta nueva religión. Gritos, silbidos y un sinfín de aplausos mientras la cantante va desgranando con aptitud un tracklist plagado de éxitos. Tras la adrenalina desmesurada, Freedom nos lleva al borde del éxtasis con el número más aplaudido de la noche. Sin respiro alguno, la abeja reina cierra con el éxito Halo entre fuegos artificiales. Mientras ella desaparece por el escenario, el público sigue aún embobado. La cantante ha arrasado con todo. Un día después del concierto, algunos aún seguimos en shock intentando asimilar todo lo que se vivió anoche.
Una confirmación sin igual del peso que Beyoncé tiene hoy en día en el mundo de la música. Es mucho más que una cantante y bailarina impecable, mucho más que una estrategia de marketing perfecta. Visto lo visto, podríamos catalogar a la cantante como un ser superior, un dogma que no defrauda y devuelve el doble de lo prometido a sus fieles. Ahora todos nos preguntamos: ¿hay vida más allá de Beyoncé?