Ya es una superestrella. De lo contrario, sería imposible que Jason Statham saliera siempre airoso de cada pelea sin apenas rasguños. En Mechanic: Resurrection, vuelve a llevar al cine de acción a su máxima expresión visual, y aunque no invite a la gente a reflexionar, en esa pose de tipo duro con mirada desafiante vuelve a residir uno de sus mayores atractivos.
Probablemente, los fans del actor no necesiten saber más de la secuela de The Mechanic, dirigida por Dennis Gansel, con Jessica Alba intentado robar el corazón a Statham y Tommy Lee Jones poniendo toda su experiencia al servicio del thriller. Con la cuota de secuencias de acción garantizada, nos encontramos a un hombre que pensó haber dejado atrás su pasado criminal, pero un secuestro orquestado por uno de sus mayores enemigos le obliga a viajar por el mundo para llevar a cabo tres asesinatos que parecerán accidentes.
Una vez más, se vuelve a poner de manifiesto el carisma de Statham, al que su protagonismo en la saga de culto Transporter y sus colaboraciones con Guy Ritchie dejaron claro que su sitio estaba delante de la cámara y no en el trampolín –fue saltador olímpico en su juventud–. Alejado ya del fangoso mundo de serie B, solo la calva más icónica del cine actual es capaz de guiñar un ojo o esbozar una sonrisa mientras pega un puñetazo. Si a ello añadimos su participación en la lucha de titanes mamporrera de Los mercenarios, junto a Stallone y Schwarzenegger, o su inmersión supervillana en una franquicia como Fast & Furious, queda claro que Statham es necesario en la gran pantalla.