“Con gran tristeza debemos anunciar que nuestro querido Pete Burns falleció ayer de un ataque al corazón”. A través de un comunicado de su representante nos enterábamos del fallecimiento repentino de líder de Dead or Alive. A los 57 años, un ataque al corazón acaba con uno de los iconos de la ambigüedad y la transgresión de los 80, reconvertido en fenómeno televisivo años después a golpe de cirugía.
La última vez que acaparó focos fue durante su participación en el Gran Hermano Vip británico hace 10 años, pero lleva sin dejar indiferente a nadie más de una década. Mientras medio mundo se escandalizaba con Boy George y la visibilidad gay de Frankie Goes to Hollywood, Dead or Alive se erigía en cabeza visible del ‘New Romantic’ británico gracias a Burns y su capacidad para despojarse de toda etiqueta.
Ni gay ni hetero, estuvo casado con un hombre y una mujer y siempre hizo lo que le dio la gana. Esa adroginia y esas ansias de libertad fueron tan pioneras como admirables, en un mundo donde el look y la actitud cambiaban pero el amor por el sexo contrario seguía siendo sagrado.
Criado en Liverpool, aquel You Spin Me Round le cambiaría la vida por completo. Y si no que se lo digan a Britney y Thalia, encargadas de versionarle tiempo después. Con Pet Shop Boys también grabó un tema, dentro de una carrera musical que podríamos calificar como estable.
En España, Duran Duran o Spandau Ballet se llevaron las carpetas, así que para muchos de su generación pasó injustamente desapercibido. No así su transformación, cimentada mediante 18 operaciones de estética donde sus carnosos labios se llevaron gran parte de su fortuna. Mientras, en sus vídeos comenzaba a lucir unos parches negros que, además de seña de identidad, cubrían cualquier moratón que el bisturí ocasionara.
Para aumentar su presencia televisiva, su viperina lengua hizo el resto. En su autobiografía Freak Unique confesaba sus ganas de suicidarse y que un abrigo de piel de gorila casi le lleva a la cárcel. Pese a todo, su círculo cercano concluyó que, hasta el último momento, Pete había sido el de siempre, una persona que demostró que no merece la pena preguntar por la orientación sexual e identidad de género: simplemente, hay que ser uno mismo.
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