El 3 de septiembre de 1990, George Michael la montó. No, todavía no le habían pillado en unos urinarios públicos, no, eso sería en el 98. Precisamente la lió por no dar la cara, en el sentido literal del término.
Estaba en su momento de mayor popularidad global, tras el megaéxito de su álbum Faith, y las expectativas sobre su siguiente disco eran enormes. Las del artista eran muy distintas a las del público: él estaba harto de la imagen de cantante sexy y calentorro con la que había cautivado a medio mundo, y también se había cansado de las canciones subiditas de tono con las que provocó numerosos escándalos durante la era Faith.
Así que se la jugó tranquilamente. Grabó el disco que le apetecía y enfadó profundamente a su discográfica cuando les anunció que ni saldría en su portada ni en los vídeos promocionales. Junto con Prince, se convirtió en la primera estrella pop que se propuso desafiar el espíritu conservador de las multinacionales en los 90. Y este fue su primer reto.
Apostó por lanzar como primer single una introspectiva balada, Praying For Time, en que ya dio pistas sobre cómo sería el disco. Reflexivo y muy personal, con una apuesta clara por los medios tiempos y las baladas y una aparente huida de esos hits de tres minutos con los que conquistó la gloria pop. Y para ilustrar la portada del álbum, un fragmento de una foto en blanco y negro de 1940 del estadounidense WeeGee, reconocido por ser un cronista fiel de la realidad desnuda y sin artificio de su tiempo.
Ciertamente, Michael descolocó a muchos con su jugada. Aunque ni mucho menos se convirtió en un apestado de las listas o las emisoras de radio. Una de las jugadas maestras con que (re)confirmó su genio fue con el tercer single que se extrajo del álbum, Freedom! ’90. Un glorioso corte funky 100% George Michael que se convirtió en un clásico inmediato, ayudado por un extraordinario vídeo dirigido por David Fincher, una obra maestra convertida en icono a prueba de modas. En él, las supermodelos Naomi Campbell, Linda Evangelista, Christy Turlington, Cindy Crawford y Tatjiana Patitz se ocupaban de lucir y hacer el playback, mientras símbolos estéticos relacionados con él nos recordaban que George Michael huía de esos fantasmas que empezaban a torturarle.
Freedom! ’90 es un perfecto ejemplo de lo que George Michael intentaba transmitir. Un artista superado por su propio éxito, todavía en el armario, intentando abrirse al mundo y compartiendo una visión cada vez más sincera de su actitud ante la vida. Un primer paso hacia la liberación total, sobre todo emocional. De ahí que el homoerotismo latente en temas como Cowboys and Angels ya diese pistas algo explícitas sobre lo que estaba por venir.
Frente a los 25 millones de discos que despachó de Faith, ‘solo’ vendió 8 de Listen Without Prejudice Vol. 1. Algo que, con la perspectiva del tiempo, en absoluto se puede considerar un fracaso, sino todo lo contrario. Un cuarto de siglo después, es un álbum de referencia por varios motivos.
No solo supuso el inicio de una nueva etapa para el artista, mucho más despegado del éxito comercial, también refleja perfectamente el cambio de era para muchas superestrellas que vivieron los gloriosos 80, y no tenían intención de repetir las mismas experiencias en los 90.
George Michael pidió a sus fans que le escucharan sin prejuicios, y a partir de ese momento exigió que nunca más le juzgaran por sus decisiones. En ello siguió hasta el final.