“Hemos de ser fuertes y nos hemos de unir todas”. Se cumplen veinte años de aquel debate sobre transexualidad convertido en escándalo. Un escándalo que en su momento no pasó del nivel autonómico, para una década más tarde, con los avances de Internet, volverse accesible al mundo entero con más comicidad que sentido dramático, en torno a fragmentos de vídeo con miles de reproducciones hasta tornarse viral.
Pero el análisis va más allá. Aquel mensaje que lanzaba Manuela Trasobares, con catarsis de por medio, no estaba exento de razón, aunque despistase el hecho de que quien lo manifestase fuese una mujer fuera de lo común, de cabellos oxigenados y escote prolongado. Es necesario visualizar las casi cuatro horas de programa para entender el porqué de su reacción. Aquel coloquio comenzaba con una entrevista muy personal a Kim Pérez, reconocida activista y profesora de instituto que narraba su transición y cómo habían reaccionado a esta los demás profesores, padres y alumnos. Lo que había sido un buen comienzo derivó en un desfile de opiniones prejuiciosas por parte de los ciudadanos de a pie, cuidadosamente seleccionados por un arduo equipo de redacción, dispuestos a provocar situaciones enfrentadas, donde daban a entender que aquella que fuese prostituta era menos respetable, que preferían tener un hijo drogadicto, o que cualquier mal que aconteciese a una persona transexual, ella se lo habría buscado. Tales comentarios, dentro y fuera del ámbito televisivo, hoy resultan lejanos, pero no ajenos. Era una época en la que la transexualidad se empleaba como espectáculo y burla desde la pequeña pantalla, a veces incluso con una doble moral y un desconocimiento latente por parte de presentadores e invitados. La sensibilidad que el cine otorgaba al tema, la televisión la arrebataba, salvo honrosas excepciones.
“¿Que no lo veis, que nos tienen marginadas?”, se preguntaba la Trasobares, tras estallar después de hora y media de silencio escuchando barbaridades. Es evidente que el paroxismo también inundó su discurso, y conforme pasaban los minutos su alteración era mayor, hasta tirar aquella copa a modo de rebelión. Lo que no fue justo es que al día siguiente, tal y como ocurrió, los diarios locales tan solo criticaran su actitud y no se extrañasen de algunas de las opiniones vertidas en torno al colectivo transexual, todavía altamente denostado en la tan avanzada década de los noventa. Tolerancia y siglo XXI eran dos conceptos con los que la invitada intentaba reforzar su discurso, logrando mantener el silencio y la expectación de los allí presentes, recalcando que lo que se estaba viendo por ambos lados era la realidad de la calle, y animando a todas las demás contertulias a rehuir el victimismo. Sobra decir que en cuanto aquel plató se convirtió en un auténtico alboroto, en el control de realización se estaban frotando las manos. ¿Porque cuánto de buena intención había por aquel entonces en algunos programas de televisión? Muy poca o ninguna. Muestra de ello es que en 1998 repitieron el mismo formato, llevando por título un insidioso “¿Le parece bien que un transexual haya ganado Eurovisión?”, a raíz de la victoria de Dana International, y dando a entender que el pueblo soberano tiene derecho a opinar sobre lo que ellos consideraban ciudadanos de segunda.
Dejando a un lado a Rubens y el barroquismo, y viéndolo con sentido del humor, hoy ya no se rompen copas en televisión, porque en las dos décadas que han transcurrido desde entonces, dicho medio ha aprendido a educar a sus espectadores frente a las minorías. Hay por fin un interés en informar y analizar las problemáticas, sin necesidad de mezclarlo con el también muy respetable espectáculo y entretenimiento. Celebremos veinte años en los que la unión hace la fuerza.
VALERIA VEGAS ES ESCRITORA Y ARTICULISTA. SU ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO ES NI PUTA NI SANTA.