(Fotos: Javier del Real/Teatro de La Zarzuela)
En la carrera de una diva en condiciones, treinta años no son nada. La onubense Martirio lo demostró anoche sobre las tablas del Teatro de la Zarzuela, en donde derrochó arte, originalidad y generosidad a partes iguales, en un concierto que planteó como una celebración, en la que dejó bien claro desde el principio que quería hacer reír y llorar al público a partes iguales. Vaya si lo logró.
A ritmo de redoble de marcha de Semana Santa, tal y como se dio a conocer hace tres décadas con Estoy mala, hizo su aparición en el escenario, con un traje inspirado en un mantón de Manila, peineta y sus sempiternas gafas tintadas. “Pensar que titulé mi primer disco Estoy mala, qué atrevida”, bromeó. “Hoy día no me habrían dejado”. Repasó su trayectoria, se autorreivindicó como pionera en la fusión de la copla con el rock y el jazz –faltaría más– e invitó a artistas a los que admira a compartir escenario con ella. Con Arcángel y Niño de Elche se marcó dúos de los que hacen historia, Maui (“la única artista que se pone más cosas que yo tenía que gustarme”) la acompañó al cello y también cantó con ella, y la bailaora Rocío Molina electrizó la Zarzuela con su personal estilo en varios momentos. Y, por supuesto, a su hijo Raúl Rodríguez, su guitarrista del alma, también le cedió el protagonismo durante unos minutos, que aprovechó para cambiarse de modelo –qué menos que lucir dos diseños de Elena Benarroch en una noche así–.
Se pasó por diversos palos del flamenco, por el tango, el bolero, el jazz, la bossa nova… Se marcó una versión en inglés de La bien pagá, y se quitó sus gafas –lo nunca visto– durante Ojos verdes. Homenajeó a Lorca, a Chavela Vargas, a Compay Segundo… y a su madre. Que nació y murió, según contó al público que abarrotaba el teatro, precisamente un 7 de febrero, fecha del concierto. Ni ella ni su hijo –bueno, nadie– pudieron reprimir las lágrimas tras el homenaje que le hicieron recuperando un fragmento de La del manojo de rosas, dado que la madre de Martirio fue una vicetiple enamorada toda su vida de la zarzuela.
Espontánea, cariñosa y pletórica de voz, Martirio estuvo también reivindicativa. Durante las tres horas de concierto repitió en varios momentos lo importante que es para ella el riesgo, el atrevimiento, la originalidad. No dejó duda de que es una mujer valiente y generosa. Y apeló a la espontaneidad en los momentos en que se equivocó al dar una entrada antes de tiempo; no quería tenerlo todo perfectamente guionizado, y se agradeció. Porque sus despistes también provocaron risas.
Sus apuntes nostálgicos tuvieron casi siempre un matiz reivindicativo, porque Martirio siente que hoy día hay menos libertad a la hora de crear y menos artistas dispuestos a andar sobre el filo, a no copiar a otros, a crear sin pensar en el qué dirán. Martirio, reciente Premio Nacional de las Músicas Actuales, sigue reivindicando ante todo su libertad. Anoche lo hizo durante tres horas inolvidables en las que su voz invocó tantos sentimientos que dejó al personal exhausto. Y a ella se la veía tan fresca al terminar… Ser una artista tan libre le sienta realmente bien.