Rascacielos, playas impolutas, diversidad y ganas de sacudirse algún que otro tópico procedente de Europa. A grandes rasgos, esa podría ser la primera imagen que proyecta Tel Aviv, la ciudad más occidental de un país lleno de paradisiacos contrastes. Pero Israel también respira paz y bienestar, la traducción de ese shalom –su saludo característico– que habrá que poner en práctica nada más aterrizar en el aeropuerto Ben-Gurión.
El calor húmedo típico de esta época del año te acerca irremediablemente hacia el mar, donde espera el agua cristalina y una oda al culto al cuerpo. No será nada descabellado encontrar bíceps y abdominales bien siluetados sobre la arena aprovechando sus gimnasios outdoor mientras la piel se broncea. Todo un espectáculo. Hilton Beach, tal vez la playa más gayfriendly de la ciudad, siempre será una buena opción para todas estas prácticas.
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Los más intrépidos huyen de la brisa marina para consumir en Carmel Market, donde mientras nuestros ojos se hipnotizan ante el brillante color de su fruta y verdura, habrá que agudizar el ingenio y la cintura en el regate para llevarse una kipá –pequeña gorra ritual que llevan en la cabeza los varones judíos– a casa a buen precio. Para saciar el hambre, nada como la ligera comida callejera israelí, con diferentes modalidades de pan horneado y productos sanos y energéticos donde la tradición kosher –precepto histórico sobre los alimentos que se consideran puros– continúa de absoluta vigencia.
Antes de que caiga el sol, es recomendable coger un taxi –muy económicos, conviene negociar el precio antes de emprender la marcha– hacia el sur para pasear por la maravillosa Old Jaffa, y subir a cualquiera de sus rooftops para tener una visión de la ciudad desde las alturas. Las fotos bien merecen combatir un posible vértigo. Cuando llega la noche, Tel Aviv se crece entre la magia de la tecnología y un paraíso hedonista inigualable en Oriente Próximo. Sus edificios más emblemáticos se iluminan constituyendo una bella paradoja: cuanta menos luz, más color. Ahí será turno para los menos madrugadores, su oferta trasnochadora le convierte en un lugar cultural de referencia en lo que a clubbing y música se refiere.
En una ciudad –y una nación– tan acogedora, y donde cada rincón guarda una espectacular historia, conviene no olvidarse el Gay Pride de Tel Aviv. Cada año, más de 200.000 personas nos enseñan desde la playa cómo es eso de estar orgulloso en uno de los lugares con más diversidad del planeta. Un lugar que hay que visitar al menos una vez en la vida.
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