La noticia la ha contado Jesús Bastante en El periodista digital. “Sí, soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal y como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos y con mi personalidad entera”. Su obispo, Juan Carlos Elizalde, ve inviable su camino al sacerdocio por su declarada homosexualidad.
Por ello, aconsejado por sus personas más cercanas, Alfonso Ruiz de Arcaute ha decidido escribir personalmente al Papa Francisco y contarle su tremenda historia, en la que narra, textualmente, cosas tan terribles como esta: “De esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso”.
Al parecer, el propio obispo se comprometió a entregarle en mano la carta al Papa, pero estos días, Ruiz de Arcaute ha decidido hacérsela llegar por otro conducto.
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(Fotomontaje: El periodista digital)
Esta es la carta que Alfonso Ruiz de Arcaute ha enviado al Papa Francisco según publica Jesús Bastante en El Periodista Digital, y que reproducimos textualmente:
Padre Francisco:
Jamás imaginé que iba a encontrarme escribiendo una carta al Papa. Mi nombre es Alfonso, tengo cuarenta y nueve años y vivo en Vitoria-Gasteiz, una pequeña ciudad en el norte de España donde siempre he desarrollado mi vida como agente de pastoral en ambiente parroquial.
Desde pequeño he participado en diversos grupos. Desgraciadamente a partir de los 14 años sufrí abusos por parte de un religioso de la parroquia. Sin embargo esto no me alejó de la comunidad sino que seguí participando en la vida parroquial hasta que decidí probar la vida religiosa con veinte años.
Aquello no fructificó pero seguí colaborando cada vez más activamente en la vida parroquial. Ahora mi trabajo pastoral se desarrolla en la Comunidad Parroquial Santa Teresa de Jesús, donde desarrollo diversos ministerios, incluido la presidencia de la celebración de la Palabra. Además participo activamente en la animación y planificación de toda la vida parroquial en comunión con Tasio, nuestro párroco.
El trabajo pastoral y el contacto directo y continuado con la comunidad ha hecho que a lo largo de estos dos últimos años haya vuelto a surgir de manera muy fuerte la llamada al sacerdocio. La oración, la búsqueda junto a personas muy significativas en mi vida, tanto seglares, como religiosos o sacerdotes, y el impulso y ánimo de una comunidad que desea y alienta mi compromiso eclesial, me ha llevado a pedir a mi obispo la admisión al seminario con vistas a la ordenación sacerdotal.
Con mi edad y trayectoria vital, consideré oportuno que el obispo conociera toda mi vida y circunstancias, con mayor razón todavía al ser recién nombrado y llegado a la diócesis. Por eso, con toda sinceridad, le conté los abusos sufridos, la experiencia en la Orden de Predicadores, mi trabajo pastoral posterior, mi etapa de pareja con un chico hace ya bastantes años, y mi compromiso eclesial actual en la parroquia y en el estudio de la teología.
Desgraciadamente, basándose en la instrucción del año 2005 sobre la admisión a las Órdenes Sagradas de las personas homosexuales, mi obispo ve inviable el camino hacia el sacerdocio. Yo, desde la lectura atenta del documento me hago varias preguntas que hoy quiero compartir con usted, Padre Francisco, para buscar luz en la respuesta a la llamada que cada vez siento con mayor fuerza.
El citado documento prohíbe la acogida a las Órdenes a aquellos que practiquen la homosexualidad. Creo que es algo evidente, igual que a aquellos que practiquen la heterosexualidad pues al sacerdote se le pide una vida entregada desde el celibato. Personalmente llevo varios años viviendo desde la castidad acogida con alegría al poner en mi compromiso eclesial el centro de mi vida.
De igual manera se prohíbe la acogida a aquellas personas que presentan una tendencia homosexual profundamente arraigada. Sinceramente creo que quien presente una tendencia heterosexual profundamente arraigada tampoco debería ser acogido al sacerdocio. Sí, yo soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos, con mi personalidad entera. Pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida.
Finalmente, también prohíbe la acogida a aquellas personas que defienden la cultura gay. Si por defender la cultura gay se entiende defender a los que sufren porque se ven marginados, atacados incluso físicamente o rechazados social, eclesial o familiarmente, sí me pongo a su lado, como al lado de los marginados de cualquier condición.
Y por todo ello, Juan Carlos, nuestro obispo, considera que no puedo ser admitido al sacerdocio. Sin embargo, humildemente, creo que se centra en la letra de la ley y no en su espíritu: se ha de exigir una madurez afectiva suficiente. Creo que el no esconderme y ser siempre sincero me ha ayudado a alcanzar esta madurez. Me gustaría que mi obispo hubiera consultado con aquellas personas que me conocen, aquellas con quien comparto mi vida académica en la facultad de teología, aquellos con los que he compartido fe y vida en la Orden de Predicadores o con las que comparto ilusiones y decepciones, alegrías y tristezas, preocupaciones, labor pastoral y sobre todo oración y celebración de la fe en mi comunidad. Quizá puedan dar cuenta de mi madurez afectiva y de mi vocación sacerdotal.
De esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso.
Por eso me atrevo, Padre Francisco, a pedirle mirar con ojos de misericordia y desde el discernimiento personal y no únicamente desde la legislación, cambiante por otra parte, las vocaciones sacerdotales y la mía en concreto. La orientación sexual es la que es. La vida, la vocación y el compromiso también es el que es. Ojalá el sábado no siga cerrando los caminos del hombre.
Daniel Ricardo, un joven preuniversitario venezolano que habitualmente confronta su vida de fe conmigo me escribía el otro día: «tu caso me recuerda a Fray Martín de Porres. En el seminario no le querían porque era negrito y eran racistas y le costó mucho que le admitieran. Pero mira ahora, él es santo y hemos logrado acabar con el racismo». Esta frase ha sido uno de los mayores alientos para atreverme a escribirle.
Me he alargado mucho más de lo que era mi intención. Le agradezco profundamente el tiempo que me ha dedicado, pero le agradezco todavía mucho más el nuevo impulso e ilusión que está generando en nuestra Iglesia.
Desde el primer día que nos lo pidió en el balcón de San Pedro le he hecho caso y he rezado por usted y lo seguiré haciendo. Ahora, con emoción, le pido que rece también usted por mi.
En Jesús, nuestro hermano mayor, el Señor del sábado, un abrazo fraterno