Joaquín Sabina salía con los ojos vidriosos al escenario. No era para menos. Regresaba con su gira a Madrid después de haber llenado el aforo en sus fechas de junio y con un nuevo álbum, Lo niego todo, que, con poco más de cuatro meses en el mercado, todavía necesita afianzarse en su repertorio. El público, que había vuelto a agotar localidades por tercera vez consecutiva en menos de un mes, le recibía en pie –“Tan joven y tan viejo… like a Rolling Stone”– y el de Úbeda, agradecido y emocionado, les dedicaba sus primeras palabras: “Sería un miserable si negara lo que nos conmueve a estas alturas y con la que está cayendo, en pleno 18 de julio, que estén ustedes con este estado tan alto de complicidad llenando por tercera vez”.
Lo que se vivió después en el Wizink Center fue una sinergia de energía desbordante. Tras una, según palabras del propio Sabina, “primera parte de tortura” –bendita tortura– con “un puñado de temas nuevos” como Quién más, quién menos, No tan deprisa o Lágrimas de mármol, vendría una hora y media de himnos sabineros. Por el bulevar de los Sueños Rotos, Ruido, 19 días y 500 noches, Princesa, Pastillas para no soñar... En este setlist eléctrico no faltó Yo me bajo en Atocha, un guiño especial a su Madrid, esa ciudad “invivible pero insustituible” que tantas alegrías le ha dado.
Arropado por su banda, o más bien por su familia –después de más de treinta años con Pancho Varona y Antonio García de Diego, así se consideran–, levantó del asiento a un público, de edades diversas pero con similar entusiasmo, que bailó y le hizo los coros en varios momentos. El pabellón se había convertido en una fiesta sabinera a la que era prácticamente imposible no unirse.
Para sorpresa de todos, también estaba invitado a participar de esta celebración Leiva, ex componente de Pereza y uno de los puntales del nuevo trabajo de Sabina. Una guinda musical que le lanzó in crescendo a los bises y que se cerró con una nueva y gigante ovación del respetable. Madrid se había vuelto a quitar el bombín ante el poeta, demostrándole que al “lugar donde has sido feliz (SÍ) debieras tratar de volver”. ¡Larga vida a Sabina!