Ilustración: Iván Soldo
Debe de ser complicado convertirse en una de las actrices más conocidas del mundo. Debe de serlo aún más estar continuamente en el punto de mira de la crítica y de la prensa rosa, siempre sedienta de cicatrices de relaciones pasadas y de posibles retoques estéticos. Es muy difícil llevar más de treinta años en el cine y no ser un juguete roto para su industria. Pero lo que de verdad resulta un auténtico reto profesional y personal es volver a la primera línea del complicado universo hollywoodiense a los 50 años, primaveras de las que se puede presumir sin ningún pudor. Señoras y señores, Nicole Kidman lo ha hecho.
Tras varios proyectos que han pasado sin pena ni gloria por la cartelera, en los que Nicole parecía un nombre más en un cartel, la australiana ha vuelto a ser esa actriz respetable que acumula en su filmografía a maestros del séptimo arte como Kubrick, Von Trier o Van Sant, y otros que han ido haciéndose un hueco en Hollywood, como Baz Luhrmann o Alejandro Amenábar. Esta es tan solo una breve enumeración de entre los cerca de cuarenta nombres que encontramos en su currículum. El mismo en donde también constan cuatro nominaciones al Oscar, una de ellas con sabor más dulce gracias a su brillante encarnación de Virginia Woolf en Las horas. Pero no estamos aquí para rememorar trofeos pasados, sino para aplaudir que, contra todo pronóstico y con una edad injustamente complicada para una mujer en esta industria, Kidman está más viva que nunca.
Lejos de quedarse estancada en el recuerdo, o de dejarse llevar por la marea, la actriz ha cogido las riendas de su carrera. Decidió producir y protagonizar, junto a la también oscarizada Reese Witherspoon, la que ya es una de las series del año: Big Little Lies. No solo eso, puso toda la carne en el asador y ofreció una interpretación que le ha valido la nominación el Emmy. Esa manera de jugar a ser otra como si no le costara ningún esfuerzo, como si fuese algo natural y, por qué no decirlo, de atreverse tantas veces a hablar de sexo, violencia y otros tantos temas políticamente incorrectos, es lo que ha hecho que Nicole Kidman se haya ganado el respeto de todos.
La rubia de ojos azules siempre será Satine colgada del techo del Moulin Rouge, la perturbadora Alice de Eyes Wide Shut y la protagonista de uno de los planos más inquietantes del cine de los últimos años –que ya se muestra en escuelas de interpretación–, el de Birth. Pero para ella no es suficiente, necesita más y mejor. Por eso Sofia Coppola la ha dirigido en La seducción junto a Elle Fanning o Kirsten Dunst, una cinta que probablemente le traerá alguna buena nueva. Es el primero de varios estrenos pendientes e interesantes, como la nueva película del griego Yorgos Lanthimos, responsable de la aclamada Langosta, o el remake del exitoso film francés Intocable. ¿Queda alguna duda de que Kidman está en un gran momento?