Muchas veces, los destinos más apetitosos están más cerca de lo que pensamos. Y no son pocas las ocasiones en que planes de viaje van unidos a destinos culinarios, porque turismo y placer gastronómico siempre van unidos. Los amantes del joie de vivre en su sentido más puro saben que el sur de Francia es un auténtico paraíso, con propuestas muy variadas y apetecibles. Lo habitual es que nos vengan a la cabeza Perpignan, Bordeaux o Nîmes, pero no habría que olvidarse Narbonne y Carcassonne. Todas tienen en común lo bien comunicadas que están en tren desde Madrid y Barcelona, y es un plus a tener en cuenta. Porque el trayecto Madrid-Narbonne se hace en apenas cinco horas y media, y desde Barcelona, en apenas dos.
Narbonne y Carcassonne forman un tándem muy apetecible porque son ciudades repletas de historia, y con una oferta cultural más que notable. Narbonne, en la región de Occitania, cuenta con más de 2.500 años de historia. Y es algo que se respira en cuanto se pone pie en esta localidad atravesada por el canal de la Robine, que es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Fue la primera colonia romana fuera de Italia, y no son pocos los vestigios que quedan en esta especie de mini Avignon. Desde vías perfectamente conservadas –la Via Domitia– al Horreum, con galerías subterráneas. Impresiona la catedral de Saint-Just y Saint-Pasteur, que a pesar de estar inacabada es una joya del gótico florido. Y el palacio de los Arzobispos, frente a ella, es también de visita obligada.
Su oferta no es solo monumental. Dado que tiene muy cerca tanto el mar como la montaña, se convierte también en un destino perfecto para las vacaciones de verano y de invierno, sobre todo para los amantes de deportes, que pueden ir del kitesurf a la escalada. Narbonne ha sido desde la antigüedad un cruce de caminos, un lugar de conexión de distintas culturas, y eso se nota cuando se pasea tranquilamente por ella. Y en el paseo obligado a orillas del canal es posible encontrar mercadillos, no tan distintos de los españoles, durante casi toda la semana. Que además suelen conducir a una de las joyas de la corona de Narbonne, Les Halles, su mercado central. Un paraíso para amantes tanto de la cocina tradicional como de los gourmets más avanzados. Allí es posible encontrar de todo, desde quesos hasta carnes o marisco, pasando por especias e incluso platos típicos precocinados que tienen pinta de saber mejor que en muchos restaurantes. Uno de esos mercados típicamente mediterráneos con un bullicio enorme a todas horas y que viene a ser el corazón de otra Narbonne, la que atrae a los apasionados del turismo enogastronómico.
Esta versatilidad turística es la que invita a perderse en los viñedos que pueblan los alrededores de la ciudad. Quienes busquen desconectar absolutamente de la civilización, pueden hacerlo alojándose en uno de los muchos chateaux que existen en la zona. Como el Domaine de la Ramade, a apenas tres kilómetros del mar. Con viviendas individuales, anexas a la casa familiar en donde habitan sus dueños –Julie Fontanet y Jacques Riboure– y sus hijos, pendientes de todos los detalles. Apenas hay cobertura de móvil, en verano, tienen disponible piscina para los huéspedes y la sensación es de estar viviendo en plena naturaleza, aunque con todas las comodidades. Y rodeados de silencio, un lujo preciado. Desde luego, es una experiencia que merece la pena. Además, cultivan sus propios vinos –ecológicos–, muy reconocidos; otro motivo más para alojarse allí, degustarlos y adquirirlos.
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En el corazón de un inmenso viñedo, a apenas 45 minutos en coche de Narbonne, está Carcassonne, especialmente conocida a nivel turístico por su impresionante ciudad medieval, que desde luego bien merece una visita. Lo saben bien los miles y miles de turistas que la visitan a lo largo del año. También en verano, dado que está tan cerca del mar, y además cuenta con una activa vida cultural cuando el frío da una tregua. A los más clásicos les atraen actividades como los torneos de caballería entre las dos murallas de la ciudad medieval o el evento a finales de agosto dedicado a las culturas del sur, con fanfarrias, danza y visitas a bodegas. El público más joven conoce el festival de Carcassonne, que en julio de 2018 contará con artistas como alt-J, Beth Ditto o A-ha.
Su ciudad medieval, nombrada Patrimonio Mundial por la Unesco –como su canal de Midi–, apabulla. La ciudadela que resguarda una doble muralla parece, literalmente, un decorado de película. Pero no, es una realidad que resiste regia, y en la que se encuentras huellas humanas incluso del siglo VI AC, aunque fundamentalmente nos hace retroceder al siglo XIII. Con rincones repletos de leyendas, el castillo de los Vizcondes y la basílica Saint Nazaire, invita a dejarse llevar y olvidar el trasiego de la civilización moderna mientras se recorre.
Una recomendación: procurar visitarla una vez ha caído la tarde. Los grupos de turistas retroceden y la calma se apodera de ella, y permite realmente pasear sin ningún estrés. Las calles que acogen sus bares y restaurantes son de lo más acogedoras, y transitar por ellas al anochecer resulta mágico. Resulta muy llamativo que en otoño e invierno se calcula que apenas viven en ella cincuenta habitantes. Cincuenta. Pero en absoluto parece una ciudad fantasma, los visitantes siempre le dan cierta animación. Ojo, también es curioso comprobar que a las apps gays para ligar no les falta en absoluto movimiento, aunque se supone que la villa está prácticamente deshabitada…
Es todo un placer degustar la gastronomía francesa más tradicional que brilla en Carcassonne. Sería un pecado marcharse sin probar el ‘cassoulet del languedoc’, una bomba calórica de lo más placentera –mejor evitarla en los meses de calor para evitar sofocos innecesarios–. Aunque también se puede disfrutar de la creatividad de dos chefs con estrella Michelin, Franck Putelat y Bernard Rigaudis. Y la variedad de caldos con un gran nivel surgidos de los viñedos del departamento Aude invita a regar la visita con vino en todo momento. Además, conviene no olvidar que muy cerca de Carcassonne se encuentra otro lugar que invita a degustar los mejores vinos franceses, entre otras cosas: Les Grands Buffets.
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Creado en 1989 por Louis Privat, que sigue mimando cada detalle de su sabrosa creación, Les Grands Buffets es, efectivamente, un gran buffet, de los más grandes de Europa. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que resulte caótico o excesivo. Desde luego, depende de la mesura del cliente que la experiencia se le vaya de las manos, porque su oferta es prácticamente inabarcable –al menos, de una sentada–. Privat quiso crear un restaurante buffet dedicado a la cocina tradicional de fiesta gala. A él no le gusta hablar de alta gastronomía –aunque tanto el servicio como la ambientación hacen sentir al comensal que está en un restaurante de muy alto nivel–, su idea es acercar productos y platos de altísimo nivel a todo tipo de visitantes. Por eso el precio de este buffet resulta más que popular, una vez visto lo que ofrece: 35’90€ por persona (la lista de espera suele ser de varios meses para conseguir mesa).
La intención es que la experiencia en Les Grands Buffets resulte única, y lo es. Desde que uno cruza la puerta, recibe estímulos continuos para todos los sentidos –excepto desagradables para el oído, porque en ningún momento hay un nivel de ruido destacable para la cantidad de gente que trabaja y lo visita–. Solo artesanos expertos en cada aspecto de la restauración –pasteleros, panaderos, etc– trabajan en Les Grands Buffets, y el servicio de mesa no puede ser más agradable y educado. Te sonreirán tantas veces a lo largo de la comida que terminarás pensando que son como de la familia. La principal intención de su creador es que la experiencia resulte inolvidable, y lo logra con creces.
El buffet en sí es toda una fantasía, con una fuente giratoria de bogavante que forma parte de la sección dedicada a los mariscos y pescados. También cuenta con un inmenso asador panorámico, el buffet de quesos más grande del mundo, con más de setenta referencias, que en 2018 van a llegar a las cien, y una pâtisserie de ensueño para los amantes del dulce. Y por supuesto, hay que hablar de los vinos, porque ofrece una selección de más de 70 caldos de la región de Languedoc-Rousillon, que se sirven a precio del distribuidor, bien en copa o por botellas. Una curiosidad para amantes del arte contemporáneo: sus cocinas están decoradas con obras originales de Patrick Chappert-Gaujal, que en principio solo disfrutan los trabajadores y los periodistas afortunados a los que se permite visitarlas de manera excepcional.
Si en España el espaldarazo definitivo se lo dio MasterChef al grabar allí uno de sus programas, lo cierto es que a estas alturas Les Grands Bouffets es, por méritos propios, lugar de peregrinación no solo para grandes amantes de la gastronomía, también para todos aquellos que buscan experiencias placenteras que van más allá de la mera visita a un restaurante para celebrar una ocasión especial. En esta ocasión, lo especial es la visita en sí.
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