Actuar o morir. Esa era la principal consigna –que no eslogan– de Act Up, grupo surgido en Nueva York en 1987 que decidió apostar por la acción directa para denunciar la cuestionable actitud de su Gobierno y también de los laboratorios farmacéuticos frente al sida, en busca de una reacción más rápida, un más fácil acceso a los tratamientos experimentales y una mayor compromiso social ante una gravísima realidad. Dos años después nacería, siguendo su modelo y filosofía, Act Up-Paris, y en torno a ella está ambientada 120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo.
Fue una de las grandes triunfadoras del último festival de Cannes, en el que obtuvo el premio especial del jurado, cuyo presidente era Pedro Almodóvar –que no pudo contener las lágrimas al explicar por qué estaba en el palmarés–. Ha sido también la película propuesta por Francia como candidata al Oscar a la mejor película en habla no inglesa, aunque se ha quedado fuera de la terna final de nominados.
No son pocos los méritos que han contribuido a hacer de ella una de las películas francesas más destacadas del año. Uno es muy meritorio. Aunque habla de un grupo de activistas LGTB a principios de los años 90 en París, no resulta nada complicado identificarse con sus preocupaciones, sus anhelos y sus ganas de ver cómo la sociedad reacciona y acepta que el problema del sida era/es de todos.
Arranca con un tono casi documental, y a través de las reuniones de Act Up-Paris, de sus acciones reivindicativas y de sus salidas –en pleno auge del house y de salir a bailar [las 120 bpms del título también se pueden aplicar al beat medio de la música house, tan presente en la película], ligar y drogarse– vamos poco a poco familiarizándonos con los principales protagonistas de esta historia. Sean o no VIH positivos, todos hacen suya la lucha contra la serofobia, la necesidad de que los tratamientos sean más efectivos y accesibles y el deseo de una mayor educación sexual para contribuir a reducir las infecciones. 25 años después, siguen siendo cuestiones de plena actualidad.
120 pulsaciones… va de lo general a lo particular, de la lucha común de un grupo de personas desesperadas porque viven una cuenta atrás cuyo final saben que será la muerte a la historia concreta de uno de ellos, Sean (Nahuel Pérez Biscayart), cuyo enérgico activismo llama poderosamente la atención de un recién llegado a la asociación, Nathan (Arnaud Valois), que se siente muy atraído por su magnética personalidad. Como el resto del grupo, luchan por la vida y la muerte, porque ambas son poderosos instrumentos de reivindicación –esta última porque cada vez que un miembro de Act Up-Paris fallece víctima del sida se convierte en un nuevo símbolo de su lucha que justifica tomar las calles–. Todos viven rodeados de pastillas: unas, las que utilizan los enfermos para paliar los efectos del sida en su vida diaria; otras, los éxtasis con que se evaden –lo que pueden–. Con un enérgico trabajo de dirección, Robin Campillo involucra al espectador de tal manera que olvida que hay una cámara entre estos personajes y él. Y siempre entre ellos y nosotros, el sida.
Es una película intensa, combativa, emotiva, necesaria, que te revuelve en la butaca y te invita a luchar por la vida mientras te enfrentas a la crudeza de las muertes provocadas por el sida. Recordatorio de un activismo que sigue teniendo plena vigencia, reflejado con tanta verdad y vigor que resulta imposible no contagiarse de él. Igual que es difícil no emocionarse con la voz de Jimmy Somerville, destacado activista musical desde los 80, cuyo clásico Smalltown Boy suena en uno de sus momentos más evocadores.
120 PULSACIONES POR MINUTO SE ESTRENA EL 19 DE ENERO EN CINES.