Robert J. Van Pelt, durante la presentación de la exposición con Cristina Cifuentes como testigo.
“Acercaos ciudadanos libres del mundo, cuya vida está salvaguardada por la moralidad humana y cuya existencia está garantizada mediante la ley. Os quiero contar cómo los modernos criminales y despreciables asesinos han pisoteado la moralidad de la vida y anulado los postulados de la existencia”. Meses antes de iniciar una rebelión que haría saltar por los aires el crematorio IV, Zalman Gradowski, prisionero fallecido en Auschwitz, escribió un diario secreto con el objetivo de dejar testimonio a generaciones futuras sobre el genocidio perpetrado. Su mensaje, más de setenta años después de la barbarie, así como las repercusiones históricas y humanas, protagonizan Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, la primera exposición itinerante sobre el símbolo universal del holocausto nazi, que se saldó con el asesinato de más de seis millones de inocentes.
Se calcula que entre esa abultada cifra hubo 10.000 gays, que sufrieron una particular persecución dependiendo de la época, el lugar y las necesidades, y que merece la pena contextualizar. Para ello, nadie mejor que el Dr. Robert Jan Van Pelt, comisario de la muestra, experto investigador e implicado emocional de muchas de las 600 piezas originales que forman su gran proyecto, ya que su familia sufrió de primera mano las atrocidades de aquella Alemania de Hitler. “Al principio del siglo XX, ser gay en Europa era perjudicial. Alemania tenía una antigua ley contra el comportamiento homosexual, y con la instauración de la República de Weimar en 1918 nadie se preocupó por cambiarla. Cuando los nazis ascendieron al poder, empezaron a intervenir para que se cumpliese una vez descubrieron la noche gay de Berlín, que era vox populi, como síntoma de degeneración”. Van Pelt hace referencia al artículo 175 del código penal alemán, vigente hasta 1994, cuyo contenido prohibía las relaciones entre hombres: “La fornicación contra natura realizada entre hombres o de personas con animales se castigará con pena de cárcel; también se podrán retirar los derechos civiles”.
Conviene detenerse en la figura de Ernst Röhm, ministro sin cartera de Hitler y líder de las SA – primer grupo militarizado nazi–, cuya homosexualidad pasó de la noche a la mañana a ser un problema, envuelto en una disputa interna que enfrentó a los partidarios de distribuir la riqueza con los que solo pretendían acentuar la disgregación social. Ejemplifica a la perfección el cambio de opinión según interesase: “Röhm nunca lo ocultó, siempre iba rodeado de chicos atractivos, y fue parte del movimiento nazi desde el principio. Hitler siempre lo aceptó hasta que usó su condición sexual como excusa para asesinarle, cuando en realidad pretendía deshacerse del sector más capitalista del movimiento. De repente ser gay fue una amoralidad que no se podía soportar, necesitaban esa justificación oficial. Y a partir de ahí ya solo podían continuar con la purga…”.
Era 1935, y el párrafo 175 ascendió puestos en la escala de prioridades para Hitler. Todo aquel que fuera sospechoso de tener alguna actividad homosexual, era juzgado sin pestañear. Y ojo, en este momento, nada tenía que ver con abrazar la religión judía, sino con limpiar la raza aria de impurezas e inmoralidades. Hubo 100.000 detenidos en los años sucesivos, y más de la mitad fueron encarcelados. Una vez cumplían condena, era decisión de la policía secreta liberarles o enviarles a un campo de concentración. “Los jueces decidían si entrabas en prisión, como en cualquier sociedad civilizada, pero era la Gestapo la encargada de dictaminar si una vez cumplida la condena, ingresabas en un campo de concentración, sin tribunales. En 1935, cuando la Gestapo fue absorbida por las SS, se decidió que 1 de cada 5 homosexuales serían enviados a un campo de concentración, al interpretar que eran peligrosos para la moral del pueblo”, explica Van Pelt.
En los campos se comenzó a ver la homosexualidad como un peligro cada vez mayor, lo que provocó que la mortalidad del colectivo gay allí fuese un 60% más alta que la de cualquier otro motivo de encierro. “Esa homofobia de la que hablábamos provocó que solo ser judío fuese peor que ser gay en un campo de concentración. Ambos era el enemigo, solo que la homosexualidad era lo que había que combatir en tu interior. Y esa homofobia también existía entre los propios presos, donde no había ninguna solidaridad”. Mientras, Hitler andaba construyendo un ejército, y por supuesto, no quería gays formando parte de él por considerarlo una debilidad. Las SS eran absolutamente homófobas, y su líder Himmler estaba muy preocupado por el peligro de la homosexualidad, potenciar el ejército y mantener a salvo la raza aria. ¿Y si eras gay y judío? “Eso quiere decir que no tenías posibilidades de reproducirte y tener un hijo judío, así que los nazis ni se preocupaban por ello. Y como tampoco podían entrar en el ejército…”.
Groucho Marx todavía no había pronunciado aquel mítico “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, pero la frase ya había comenzado a crear escuela. En 1939, antes del estallido de la Gran Guerra, Hitler acaba con el 175, ya que se necesita en el frente a todos los hombres alemanes capaces de sujetar un arma con dos manos. El concepto del campo de concentración cambia, solo se centrará en eliminar a los judíos.
Justo en el momento en que comenzaba a construirse el complejo de Auschwitz, ser gay había dejado de ser un problema relevante. De las 400.000 personas enviadas al campo y registradas oficialmente, solo hubo 75 triángulos rosas. Estos recibieron la etiqueta en otro campo alemán antes de la guerra y en su mayoría fueron enviados como funcionarios para trabajar en el complejo. Así que “hay que hacer una aclaración en la historia: el triángulo rosa es importante en los campos de concentración pero cuando Auschwitz aún no existía. Inicialmente, no existe el triángulo rosa en Auschwitz, pues aunque hubiera gays, estaban allí por el hecho de ser judíos o polacos”. Van Pelt se refiere al distintivo bordado boca abajo sobre el mono a rayas, que se convertiría después en uno de los iconos gays más representativos, símbolo de activismo contra la homofobia.
Por tanto, su vigencia es indudable, así como el intento por arrojar luz sobre uno de los episodios más oscuros de la historia. Con todo tipo de material inédito, Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos está planteada como un proyecto narrativo, recorrido gradual y cronológico por 25 salas, que forman una interesante dualidad entre lo que es el campo físico –incluso delimitado por verjas de alambre originales– y la metáfora de lo acontecido. Una ocasión única para volver al pasado y conservar la memoria de unos hechos que no debemos olvidar.
Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos puede verse en el Centro de Exposiciones de Arte Canal de Madrid (Pº Castellana, 214) hasta el 17 de junio.