Sam Smith actuó anoche en Madrid, en un WiZink Center abarrotado –aunque no agotara las localidades–, y demostró lo orgulloso que está de su voz. Y, en las horas previas al Día Internacional contra la LGTBfobia, no dudó en proclamar también lo orgulloso que está de ser gay, y cómo va a seguir defendiendo la consigna «love is love«, que gritó con una potencia que casi en ningún momento utilizó mientras cantaba. Porque si tiene una virtud, que demostró anoche, es cómo es capaz de modular su voz sin necesidad de caer en el exceso, dando prioridad a un falsete excelso antes que al virtuosismo propio de diva.
Era su primera actuación en Madrid, después de la repentina cancelación de su presencia en DCode hace tres años. El concierto tenía aire de acontecimiento, sin duda, y sorprendió la naturalidad y cercanía de un Sam Smith que dedicó varios minutos a saludar a todo el respetable, al que animó en numerosas ocasiones a aplaudir y cantar, para animar el cotarro dado que, él mismo afirmó, «mi música es en general muy deprimente». También muy lineal, aunque eso no lo dijo él. Ayudado de una escenografía más que resultona, con un triángulo escaleno presidiendo y plataformas que subían y bajaban, con los músicos y con él mismo, para dar cierto movimiento, algo a lo que sus canciones no iban a ayudar en exceso.
Solo se atrevió a ‘sacar del armario’ al primer Smith, el que coqueteaba sin miedo con la electrónica, cuando se abandonó a Omen, una de sus colaboraciones con Disclosure. Y vaya si se agradeció. Porque cuando recuperó Latch, otro de sus temas con el dúo británico, la interpretó en formato de balada acústica. Vaya. Es evidente que tiene claro qué hueco quiere ocupar, y anoche se mostró como un discípulo aplicado de George Michael, aunque sin el carisma ni el atrevimiento de aquel. De hecho, hasta la escenografía recordaba a la de la gira 25 de la desaparecida estrella pop, igual que su deseo de incorporar elementos de soul clásico y funk a su estilo. Incluso en un momento dado se aventuró a recuperar brevemente The Best Things in Life Are Free, que grabaron en su día Luther Vandross –a juzgar por lo escuchado anoche, otro de los referentes de Smith– y Janet Jackson –justo en el día de su cumpleaños, feliz coincidencia–. Mención especial para sus cuatro coristas –negros, claro–, brillantes y necesarios para incorporar un punto gospel que engrandecían canciones menores –en particular las de su flojo segundo disco, The Thrill Of It All–.
No faltó el confeti en Stay With Me, ni un espectacular pregrabado orquestal cuando interpretó Writing’s On The Wall, su tema Bond, escasas concesiones al efectismo que al público en general –el mismo que flipa con The Killers o Coldplay, se veía– encantaron. Pero el exceso de baladas tan similares ente sí bajaron el nivel medio de un concierto correcto de un artista que, de momento, no parece interesado en el riesgo ni en explotar más su potencial. Una pena. Cuando interpretó Him sí se vino arriba. Y lo cierto es que, visto cómo era ese público rendido –muchísimas niñas pequeñas también, por cierto–, sí se antojaba en cierto modo arriesgado –más bien, necesario– que gritara «love is love» y dijera «Soy un hombre gay orgulloso. Todos debemos estar orgullosos de como somos». Al cerrar el show con Pray quedó claro que Sam Smith está muy contento con lo que hace y cómo lo hace. Servidor no pudo evitar pensar que, con esa voz, debería plantearse ir más allá. Pero si él está orgulloso así, y tanta gente lo celebra, habrá que respetar sus decisiones. Al menos, de momento.