Todo ocurría el pasado jueves 13 de septiembre al anochecer. La cita era esperada por los amantes de la música y el cine, pero solo un grupo de privilegiados pudimos estar en la preescucha exclusiva de la banda sonora que Thom Yorke, el líder de Radiohead, ha preparado para el remake de Suspiria, la cinta de terror de los años setenta que está de vuelta de la mano de Luca Guadagnino (director de Call Me By Your Name).
El Palacio de Linares, actual Casa de América, fue el lugar escogido para adentrarnos por completo en el inquietante mundo que Yorke ha ideado para este nuevo film. No podría haber mejor emplazamiento que este para presentar la banda sonora de una película de terror. El mármol de suelo y paredes parecía más oscuro, los dorados de sus estatuas mucho más recargados, y el ambiente, casi asfixiante; en parte por la sugestión de estar en un lugar ‘maldito’ sin tener mucha idea de que íbamos a encontrarnos. Tras requisarnos los móviles y darnos un coctel de bienvenida, la Sala de Embajadores, el lugar más lujoso del palacio, abría sus puertas para recibir a los allí presentes. Tenues luces rojas que acentuaban hasta el extremo las formas decorativas de la sala fueron nuestra única compañía durante los noventa minutos que duró la escucha.
Yorke ha hecho un trabajo magistral donde hay mucha electrónica y poca cuerda. Una banda sonora que parecía escrita para el palacio madrileño, donde las figuras parecían tomar vida propia a cada nota que escuchábamos. Los invitados miraban con detalle la exuberante decoración, miraban a sus compañeros para ver las reacciones o simplemente se concentraban en sí mismos para vivir la música de Suspiria, sin más. Pistas ambientales donde el artista cuenta con psicofonías, distorsiones, sintetizadores y coros eclesiásticos que, escuchados en la Casa de América, parecían por momento aterradores. No por la falta de mano de Yorke, que entrega una obra sobresaliente, sino por el objetivo tan claro que tiene y que consigue con creces: inquietar al espectador.
Entre las amenazantes y perturbadoras piezas instrumentales donde hay pinceladas incluso de trip-hop, joyas como la triste balada Suspirium, que sirvió para abandonar durante unos minutos ese halo de misterio que envolvió toda la escucha. Las mentes allí presentes no solo imaginaron cómo quedará esta banda sonora en la cinta de Guadagnino, sino cómo habría sido la vida de esos fantasmas que, supuestamente, habitan en el Palacio de Linares y que el buen hacer de Thom Yorke hizo que pudieran volver a mezclarse en el mundo de los vivos durante noventa minutos.