Robert Pattison podría haber sido un Zac Efron más, pero decidió huir de la tentación. Podría haber tenido la vida –y la carrera– resuelta apostando por blockbusters que habría protagonizado sin esfuerzo, a golpe de mirada magnética y de secuencias sin camiseta, pero decidió arriesgar. Podría haber vivido de las rentas de las ‘carpeteras’ que siguen babeando por su interpretación en la saga Crepúsculo, pero se hartó rápido de ejercer el vampirismo de postal.
Incluso –poniéndonos tan frívolos como la mayoría de los integrantes del ‘team Edward’– podría haberse asegurado un puesto fijo en las alfombras rojas dejándose ver junto a actrices de medio pelo con mucha repercusión en redes, pero en su momento optó por una discreta relación con la cantante FKA twigs. No ha seguido el actor británico Robert Pattinson el camino fácil y previsible, y eso le honra, porque ha demostrado creer más en sí mismo de lo que muchxs pudieron pensar.
Se repitió de la historia de nuevo con Good Time, en donde interpretaba a un delincuente de medio pelo, a ritmo de música de Oneohtrix Point Never. Una película con un punto alucinógeno, una característica que empieza a ser una constante en la carrera de Pattinson, que en ella parece por momentos una reencarnación del joven Robert de Niro que nos hechizó junto a Martin Scorsese.
No ofrecía nada a los fans que esperaran poder masturbarse admirándole. Porque Robert Pattinson hace tiempo que apostó por no ejercer más de objeto de deseo. Algo muy respetable si es lo que te pide el cuerpo y tu ambición, pero ha quedado ya claro que en su caso no es lo que busca. Aunque, ojo, también deja muy claro con su filmografía reciente –de nuevo ahora en High Life– que los desnudos que considera justificados, los hace.
Acumula ya en su currículum un puñado de directores de renombre, como James Gray, Anton Corbjin o Harmony Korine. Ninguno de ellos suele ponérselo fácil al espectador, ni logra siempre el beneplácito de la crítica, pero Pattinson tiene muy claro en qué liga quiere jugar. Y lo demuestra de nuevo en High Life, en que ha trabajado con nada menos que Claire Denis (Chocolate, Una mujer en África, Un sol interior).
Se presentó en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián, y obtuvo el premio FIPRESCI de la crítica internacional. Muy merecido, todo sea dicho. Porque es una película arriesgada, inclasificable y que no se lo pone fácil al espectador. Si entras en el juego existencialista que propone, no te la puedes quitar de la cabeza durante días.
A Pattinson, claro, tampoco te lo quitarás de la mente. Interpreta de nuevo a delincuente –qué bien se le dan los personajes torturados de pasado oscuro– que vive completamente aislado en una nave espacial junto a su hija pequeña, pagando su pena en lugar de cumplirla en una prisión. Aunque la nave también lo es.
No es esta una película de ciencia-ficción al uso, aunque utiliza la estética y muchos recursos del género. Denis no es una directora que apueste por lo convencional, y lo deja bien claro en High Life, en donde incluso los momentos más esteticistas esconden un trasfondo existencialista.
A través de flashbacks vamos descubriendo que al inicio de su viaje hacia el agujero negro más cercano a la Tierra, Monte (Pattinson) no viajaba solo, ni tenía aún una hija. Le acompañaban varios delincuentes más, supervisados por una turbia doctora (una oscurísima Juliette Binoche, que da auténtico miedo como villana), que los utiliza como conejillos de indias para sus experimentos reproductivos en el espacio exterior.
Mejor no desvelar más de la trama, porque lo ideal es zambullirse en esta sensorial película sin ideas preconcebidas. Ni siquiera sobre el gran trabajo que realizan Pattison, Binoche y Mia Goth. Impresiona la propuesta de la directora francesa Claire Denis con su personal percepción de la ciencia-ficción, que esconde mensajes e imágenes que invitan a pensar mucho, si te apetece, sobre el sentido de la vida y sobre los métodos que cada uno utiliza para sobrevivir.
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