Venezuela se desangra sin aparente e inmediato remedio. Y allí donde cualquier parecido con la democracia –o proceso de transición ordenada– es mera coincidencia, los derechos y las libertades de las minorías se ven abocados al abismo. Y si no, que se lo digan a Tamara Adrián, diputada de la Asamblea Nacional, activista LGTBI, mujer transgénero, y un oasis en mitad de un desierto donde burlar el anonimato ya es muy meritorio. Pues imaginen en su caso. “Frente a la usurpación del poder basada en unas elecciones fraudulentas por parte de Nicolás Maduro y su dictadura, la Asamblea Nacional aplicó los artículos 233 y 333 de la Constitución. Entendemos que no hay presidente de la República si es electo de forma inconstitucional, estamos en una lucha frente a okupas”, explica desde Londres vía telefónica, y sin pelos en la lengua, mientras celebra el apoyo internacional de 50 países democráticos a Juan Guaidó.
En toda esta compleja situación política que tiene al mundo en vilo, ella es la gran esperanza –también entre los antichavistas– para devolver al colectivo LGTBI a un escenario de igualdad que ya acumula mucho retraso: “Hay un gobierno que ha convertido a Venezuela en una isla donde no ha habido ningún progreso, ni ninguna política pública de inclusión. Es la muestra de lo que siempre digo, no se trata de una revolución de izquierdas, sino de una involución”. Y añade con dolor, en relación al reconocimiento de las personas trans, que “mientras el resto de países de América Latina reconoce nuestra identidad sin necesidad de operaciones genitales, nosotros solo lo hacemos por vía judicial después de la reasignación, y desde el 98. La situación es de completo desamparo”.
Adrián se marchó a Tailandia en el año 2002 para completar su reasignación de sexo, y pidió dos años después ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia el reconocimiento de su identidad y el cambio de su nombre legal. Pues bien, hasta la fecha no ha obtenido respuesta. Desde su llegada a la Asamblea en 2010, trató de promover la reforma de una Ley Orgánica, incorporar derechos LGTB como la identidad de personas trans, o la prohibición de mutilación a niños intersexuales. “Desafortunadamente, fue imposible. Las leyes que se pretendieron aprobar en marzo de 2016 fueron declaradas inconstitucionales, se nos acusó de un supuesto desacato para declarar desde entonces nulas y sin efecto todas las sesiones e intenciones. Exactamente el mismo proceso para no reconocer a Juan Guaidó como presidente”, se lamenta, aunque abre una pequeña vía al optimismo. “Estamos empezando a cambiar esto, y se abre un nuevo compás de oportunidades; yo he pedido de manera directa a Guiadó que se pronuncie sobre las minorías, derechos de la mujer, personas con discapacidad, derechos de las personas LGTB y las comunidades indígenas. Esto está sobre el tapete y es un compromiso que venimos asumiendo, y que vamos a cumplir en el momento en que podamos legislar”.
En las calles, la situación es dramática, y aquí el colectivo LGTB también es especialmente vilipendiado. En la capital, Caracas, se produce un desagradable fenómeno si pensamos que, como en otros países, en las grandes ciudades se reduce el nivel de discriminación con respecto a zonas más rurales. “Aunque en Caracas la situación es diferente, también es el lugar que registra más crímenes de odio. Así que creo que no hay patrón claro entre tolerancia y tamaño de las ciudades, sino más bien con las mafias y los paramilitares; allí donde existen, se genera una mayor violencia”, explica. Y aunque ella no haya sufrido grandes episodios de LGTBIfobia –“tal vez sea por haber hecho ese trabajo de naturalización y visibilización desde el ámbito público”–, anda elaborando un estudio sobre cómo afecta el nivel de pobreza de manera estructural a las personas trans, y cómo se ha tornado en diáspora y tráfico de personas con fines de explotación sexual.
En cuestiones de ayuda humanitaria, también hay que destacar el nulo envío de medicamentos antirretrovirales, desde hace más de dos años. “La situación de las personas con VIH hoy es similar a la de los años 80, es muy fácil que desarrollen una carga que derive en sida, y puedan morir de inmunodeficiencia. Hay 67.000 personas en Venezuela que los necesitan, es un tema prioritario”. Como lo es recuperar la normalidad, pese a que la noche –también la LGTB– no invita a mucho festejo: “La vida ha cambiado, se ha acabado el ocio de fin de semana, ha aumentado la extorsión, la inseguridad, aunque algunas fiestas continúan… Pero como en cualquier proceso de crisis, hay que intentar liberar la mente y seguir adelante”. Nuestra protagonista se encargará de que así sea.