Cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor, pero sí especial. Vivir deprisa, amar despacio, la nueva película del francés Christophe Honoré nos hace viajar a los años 90, una época que él ha querido recrear por motivos sentimentales y también de activismo.
Eran los tiempos de ACT UP, del sida como virulenta plaga que se convertía en sentencia de muerte, y Honoré ha querido rendir tributo con esta historia a muchas víctimas, algunas que conoció y otras que no pudo llegar a conocer, de lo cual se lamenta.
Vivir deprisa, amar despacio cuenta una emotiva historia de amor, la primera para Arthur (Vincent Lacoste), un veinteañero bisexual bretón atrapado en la provincia, y la última para Jacques (Pierre Deladonchamps, que recordarás por El desconocido del lago), un escritor parisino de éxito, enfermo de sida.
La película transcurre en su primer acto entre la realidad de los dos protagonistas, que al principio se ven obligados a seducirse en la distancia, vía telefónica, desarrollando una relación casi de maestro y pupilo, mientras ambos se abandonan al sexo anónimo en busca de experiencias que les llenen durante unos minutos, poco más. La distancia les pesa, y ambos harán lo posible por disfrutar al máximo del poco tiempo que saben que van a poder estar juntos.
Sin duda, tiene que ver con la reciente 120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo, aunque sus enfoques son distintos. Honoré apuesta por un romanticismo lírico y una sexualidad naturalista cautivadora. También hay un fuerte poder evocador en su manera de recrear los años 90, en la que apuesta más por los detalles artísticos, comenzando por la importante presencia del pop de la época (suenan canciones de Massive Attack, Prefab Sprout o Cocteau Twins).
En ese vaivén emocional que se mueven los dos protagonistas, nos van cautivando con sus conversaciones –qué especial el momento en que se conocen en un cine, viendo El piano, de Jane Campion–, con sus ausencias, con sus encuentros sexuales… El suyo es un amor que se cocina a fuego lento, pero que tienen que vivir con una premura que lo convierte en muy especial.
“Es demasiado tarde para morir joven”, dice uno de los personajes que, como Jacques, se enfrenta a su cuenta atrás por culpa del sida. Este se apoya en la juventud de Arthur para dar sentido a un crudo momento vital que decide exprimir al máximo a pesar de su ennui vital. Christophe Honoré logra que su película emocione de principio a fin, y esa es su principal virtud. ⭐⭐⭐⭐