El Museo Picasso Málaga alberga la mayor exposición de Bruce Nauman en los últimos 25 años en nuestro país. Una oportunidad para reencontrarse con uno de los padres del arte conceptual más influyentes, y de los más oblicuos. Todo eso que molesta a los críticos con el arte contemporáneo, multiplicado y cargado de humor.
Hubo un tiempo no muy lejano en que bastaba con insinuar que había más desarrollo estético-discursivo en cualquier videoclip de Bonnie Tyler (sobre todo en aquellos delirantes rodados por el padre del género, el australiano Russell Mulcahy) que en toda la obra videográfica de Bruce Nauman para que el sesudo comisario, teórico, crítico o director de museo de turno soltase espumarajos por la boca y te condenara al odio eterno. Mientras, tú te echabas unas risas.
Corría el principio del siglo XXI, y la obra de Nauman comenzaba a estar hasta en la sopa, mientras él producía sus trabajos más grandiosos, reiterativos (el concepto de repetición recorre toda su obra), herméticos o decididamente mortecinos. Ahora, con perspectiva, podemos seguir echando mano de esta sádica broma si queremos irritar a alguno, aunque el trabajo de Nauman, sobre todo el desarrollado desde los sesenta hasta el cambio de milenio, se perciba de manera evidente como sobrecogedor, trascendente, de vital importancia para el arte contemporáneo tal y como hoy lo conocemos.
Algo posiblemente difícil de entender para los neófitos de este mundillo (no estamos ante el artista más “entretenido” o “comprensible” del planeta), pero descaradamente lógico ante la versatilidad y libertad de su propuesta, la profundidad de su alcance, las distintas capas de lectura e, incluso, el insospechado humor satírico, esquivo e intelectualizado, que respiran muchas de sus obras. Todas características de un elusivo genio, siempre reticente a explicar su propio trabajo, que podía estar riéndose hasta de lo conceptual, o no, sin que sus muy intelectuales seguidores lo notasen siquiera, tal es la seria reverencia que aún suscita. No sin razón: liberó la práctica del arte de ataduras con lo material o la forma como pocos antes.
Esta antología que le dedica el Museo Picasso Málaga, como es lógico en una institución, responde con seriedad y rigor (pero sin obviar la mordacidad) a los principios del trabajo de Nauman: su análisis del cuerpo, el espacio, la percepción, el tiempo y el lenguaje como dudosos asideros para enfrentarnos o incluso comprender el mundo en el que vivimos.
En esta exposición, además, se le asocia indistintamente a las terapias gestálticas, a la obra de Samuel Beckett, la danza de Merce Cunningham, la música de John Cage o la filosofía del lenguaje de Wittgenstein. Sin omitir que el trabajo de Nauman –en esto también fue un pionero– coloca siempre al espectador en posición de trabajo: forzado a pensar, a sentir o a interactuar con lo que propone, sin posibilidad de escape, y llevándolo por derroteros que van del sonido y la música al movimiento, la palabra o la investigación del espacio. Pero también a la provocación, el conflicto, la tensión, la desorientación, la angustia e incluso a la irritación, utilizando siempre de forma aparentemente plomiza una implacable repetición y un retorcimiento del lenguaje y la forma.
Es, además, un artista poco dado a la clasificación: utiliza en su carrera las más variopintas aproximaciones –brilla particularmente en la escultura, los neones, el vídeo, la instalación y el sonido–, basándose siempre en ideas en abstracto que toman cuerpo de forma inconexa, hostigante, reiterativa y, muchas veces, obligándonos a actuar, pensar o reconstruir esos conceptos aunque no queramos. No hay nada fácil ni gratuito en el trabajo de Nauman, aunque muchas veces sea difícil apreciarlo.
Nauman (Indiana, 1941) estudió primero física y matemáticas, y luego arte. Comenzó como asistente de otros (el pintor pop Wayne Thiebaud) y pronto despuntó como pionero en la aproximación conceptual a la escultura, que luego derivaría en instalación –uno de los hallazgos más importantes del arte del siglo XX–. Rápidamente, fue fichado por el astuto galerista Leo Castelli, pero Nauman obvió temprano la mera producción de objetos para centrarse en los procesos: la acción performativa, el vídeo, el desarrollo de piezas sonoras y la elaboración de espacios de alteración físico-perceptiva (y emocional).
“Retrospectivas como esta nos traen, en su contexto, los grandes logros conceptuales de buena parte de su carrera”
Generó alguna imagen ya icónica en los sesenta –su Autorretrato como fuente (1966), por ejemplo– y rompió moldes provocadores con vídeos como Bouncing Balls (1969) donde, literalmente, se tocaba los huevos, moviéndolos a cámara lenta en primer plano. Esta pieza, por cierto, vivió en 2014 un homenaje realizado por Francesco Vezzoli, The Return of Bruce Nauman’s Bouncing Balls: el artista italiano utilizó los colgantes atributos del actor porno gay Brad Rock, que los meneaba frente a los Alpes en una aproximación más ‘hollywoodiense’.
Contamos esto para que se comprenda su influencia posterior, con o sin ironías. Nauman también se los pintaba de negro, como antes había hecho con su cuerpo, en documentos que juegan a una constante autorreferencia, otra táctica de repetición que acometerá a lo largo de los años. Bouncing Balls también se basa en piezas anteriores donde lanza bolas de caucho en un espacio dado, dejándolas balancear, y que llevan también esas palabras en su título.
Más allá de este constante e histórico referirse a trabajos suyos previos, como volviendo a plantearlos o creando una estructura de corpus discursivo unitario, Nauman acometió la evolución conceptual de la escultura –en piezas como Carrousel (1988)–, la llevará al desarrollo de formas puras casi a la vez que Richard Serra y otros minimalistas, pero con mayor profundidad conceptual (en Málaga pueden verse dos de sus círculos concéntricos: explicitaciones de túneles o vías de escape posibles). Luego la lleva a espacios de intervención del espectador –famoso es su Green Light Corridor (1970): un pasillo entre dos paneles con aplastante luz verdosa, que se estrecha a medida que se avanza hasta que el espectador queda atrapado en él y ha de salir de forma angustiosa–.
También hay que destacar sus neones, que desarrolla con textos e imágenes: lemas y citas, su propio nombre formalmente deformado, payasos con grandes falos o incluso felaciones. Sex and Death / Double 69 (1985) es posiblemente su pieza más gay, y no solo por la inclusión de esos penes que tan habitualmente usan también los heteros –él se ha casado al menos en dos ocasiones, con descendencia–. La trayectoria del Nauman de los ochenta continua con casi todo esto, y amplía el vídeo hacia la instalación multipantalla, que también utiliza de forma pionera –en Málaga puede verse el muy estimado Clown Torture (1987)–.
Ya en los noventa, deriva más hacia lo verbal, lo sonoro y la gran instalación inabarcable: esculturas con moldes de taxidermia, como Animal Pyramid (1989), darán paso a otras enormes, de todo tipo, algunas puramente sonoras, como Raw Materials (en la Sala de Turbinas de la Tate Modern en 2004). Es en esta etapa donde alcanza el cénit capitalista: con el todopoderoso coleccionista François Pinault y el museo LACMA de Los Ángeles comprando obras suyas a medias –un vídeo donde recorre todas las posibilidades combinatorias entre su pulgar y sus cuatro dedos–. Ya en los sesenta jugaba con su cuerpo, recordémoslo, porque sus precios se han disparado por encima de cualquier lógica… menos la del arte. Retrospectivas como esta nos traen, en su contexto, los grandes logros conceptuales de buena parte de su carrera. Con toda su fuerza.
Bruce Nauman: Espacios, cuerpos, palabras puede verse hasta el 1 de septiembre en el Museo Picasso Málaga (San Agustín, 8). Más información en www.museopicassomalaga.org