La trayectoria de Rozalén siempre ha estado ligada a la tierra y las raíces. Posos que recupera en sus letras, en sus mensajes o en festivales como Leturalma, donde reivindica la riqueza cultural y gastronómica de lugares desconocidos para muchos, como el pueblo que la vio nacer en la Vega del Segura, Letur. En esta ocasión, se ha alejado de las suyas propias para bañar sus canciones en agua salada y convertir un pequeño rincón de la costa gallega en el mejor de sus escenarios.
El Náutico de San Vicente do Mar, en O Grove, es un espacio que ha recibido a algunos grandes músicos y músicas de nuestro país, y ahora ha albergado un acústico íntimo, y muy bello, de la cantautora albaceteña. Un concierto en el que, acompañada de su inseparable Beatriz Romero y su banda, repasa las canciones que han marcado su etapa más dulce, que llegó con el lanzamiento del álbum más crítico de su carrera, Cuando el río suena…
Este disco es un ejercicio de memoria histórica y denuncia social, almibarado por la dulzura de su voz y melodías, que ha conseguido colarse en las casas de toda España. Incluso en las de aquellos o aquellas que, quizá, no estén de acuerdo con todos los mensajes de sus canciones. Y esa es precisamente una de las victorias de Rozalén.
Aún recuerdo cuando, en el primero de los tres encuentros que he tenido con ella, nos enseñaba en primicia a toda la redacción de Shangay el single que abrió esta exitosa etapa, Girasoles, y contaba ilusionada la importancia de haber incluido al final de la canción un reivindicativo discurso del expresidente uruguayo Pepe Mújica.
Ella es música, pero también es persona. Y disfruta, y sufre, igual que lo hace toda su generación. Por eso no se calla una. Y no lo hace por copar titulares, sino porque su sangre es luchadora. Se sabe privilegiada por tener miles de personas que la escuchan, y utiliza ese potente altavoz para transmitir las ideas que ella cree que pueden mejorar esta sociedad quebrada en la que vivimos.
Es así como defiende, siempre que puede, el valor de la mujer, los derechos del colectivo LGTBI, la lengua de signos, la diversidad cultural o la conservación de un planeta que estamos destruyendo entre todos. Lucha contra el racismo, la serofobia o cualquier injusticia social y política. Y a pesar de todo ello, no presume de nada.
No busca aparecer la primera en la foto. Si los medios le otorgan una bandera, ella lo agradece y se pronuncia si siente que debe hacerlo. No busca la medalla, y eso que a veces un simple gesto orgulloso podría valerle una mayor repercusión. Pero ella es así, y a pesar de ser una de las voces más exitosas de los últimos años, no ha perdido un ápice de su característica humildad.
Bastan las charlas que he podido disfrutar con ella para darme cuenta de que la popularidad y los contratos discográficos no han teñido su personalidad de soberbia o prepotencia. Sigue siendo la misma chica de pueblo que se mudó a Murcia para estudiar psicología, que hizo de su guitarra el mejor de los diarios, y que fue creando un camino con los recursos que tenía, con las manos de sus amigos y las voces que la escuchaban.
Es consciente de que su ascenso en la industria le permite a día de hoy vivir de su música, pero a pesar de la comodidad que eso pueda conllevar, Rozalén continúa haciendo canciones para intentar curar heridas. No para sumar ceros a una cifra.
Seguirán hablando aquellos que piensan que se ha vendido, responderán los que que la critican por hablar de más, y ella seguirá diciendo lo que sentenció en nuestro último encuentro: “Lo mejor que le puedes dedicar a alguien que te odia es mucho amor”.
Ese contraste entre estar en la primera liga de la música y mantener un compromiso y un trato cálido con todos aquellos que están cerca de ella se plasma, también, en los escenarios a los que sube. Igual llena el WiZink Center de Madrid o la nominan a los Grammy Latinos, que coge su guitarra y se planta en el Orgullo LGTBI de Madrid, en acústicos a pie de calle, en pequeñas salas de conciertos o en lugares tan inspiradores como ese Náutico donde ha grabado este último acústico.
Esa es la personalidad que la ha convertido, involuntariamente, en un ejemplo a seguir para muchos y muchas que se han visto reflejados en sus historias o sus caminos. Es la música que necesitamos. Todo esto me hace pensar que María Rozalén seguirá abriendo puertas y ojos a la gente, y solo espero que el tiempo, su trabajo, y sobre todo ella, me den la razón.
FOTOS: DANNIEL ROJAS