Capítulo 23
Es la segunda vez que quedamos, la primera que viene a mi casa. Cuando le recibo hago como que se la voy a enseñar; abro la puerta del salón, le indico dónde está el baño, pero cuando llegamos al marco de la habitación no me deja seguir la visita hasta la cocina. Le gusta que estemos solos, se nota en cómo me saca hasta el espejo del pasillo cuando ya estamos desnudos, y me apoya contra el cristal frío mientras me empieza a meter un dedo.
–Quiero que hagas todo lo que te pida –me susurra mirando mis ojos a través del reflejo.
–Todo –alcanzo a responderle yo, justo antes de que me tape la boca con la mano.
Me lleva de nuevo hasta la cama. He dejado en la mesita de noche todo lo que creo que vamos a necesitar, él va directo a coger las esposas, pero se tumba boca arriba con ellas en la mano y empieza a enseñármelas.
–¿Las quieres? –me dice mientras le miro aún de pie.
–Si tú me lo pides –le contesto acercándome, manteniéndole la mirada. Entonces se la empieza a tocar. Ya la tiene dura, como una piedra.
–Ponte a mamar –me ordena, mientras me las sigue enseñando–. Luego te las pongo.
Y lo hago. Me meto entre sus piernas, mi boca a la altura de su pelvis y mis manos en la cadera. Si subo la mirada le veo todo el cuerpo, y siento sus muslos relajándose y contrayéndose debajo de mis codos. Quiero lamerle todos los tatuajes hasta borrárselos, arrancarle el piercing del pezón. Me responde a la mirada y sonríe, a veces haciendo una O con sus labios mientras resopla. Después de un rato le veo mirando la mesita de noche, y coge el popper.
–¿Quieres? –le pregunto.
–No suelo tomar –me dice mientras me lo da a mí. Lo abro y esnifo tres veces mientras él me mira. Antes de que me suba, me incorporo un poco y se lo acerco, le tapo uno de los agujeros de la nariz y me mira sorprendido, con curiosidad. Entonces respira. Después le tapo el otro y hace lo mismo. Cierro el bote justo cuando estoy empezando a sentirlo, y me la vuelvo a meter en la boca. Me encanta mamársela con popper, parece que sabe mejor, que entra mejor, y es del tamaño perfecto para recorrerla con una mano mientras se la empapo con la lengua. Cierra los ojos, y noto cómo se acelera. Empieza a levantar el torso para metérmela más, coge el ritmo, y me mira por un instante antes de dejarse caer contra la almohada mientras sus manos dejan de agarrar las sábanas y avanzan hasta mi cabeza. Me folla la boca hasta que siento que necesita parar y respirar.
Entonces se ríe. Le ha gustado. Se incorpora, cogiendo de nuevo las esposas, y me pide que me apoye contra los barrotes del cabecero. Me las pone, y sin apenas poder decir nada empieza a rozármela por detrás. Noto el calor intentando entrar en mí, sin lubricante, sin nada. Me aparto un poco y, con las manos ya inmovilizadas, le señalo con la cabeza los condones de la mesa. Él se escupe en una mano, empieza a mojarme, y coge uno alargando el otro brazo. Sé que es un bestia, y sé que me va a reventar, pero quiero disfrutarlo bien desde el principio, así que me doy un poco la vuelta mientras se lo pone, y me devuelve la mirada.
–Métemela bien –él asiente.
–Muy bien.
–Métemela lento, al principio –le insisto.
–¿Como a una princesa? –me pregunta riéndose.
—Sí. Que entre despacio, y luego… cuando ya esté del todo… me follas como a una zorra. Me follas como me merezco –vuelve a asentir con es cara de pillo mientras noto cómo sus dedos han acabado el trabajo. Recoge el popper de su lado, toma un poco y luego me da a mí.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su hombro, siento cómo su mano vuelve a subir hasta mi barbilla, me la echa hacia atrás todo lo que puedo y me da un beso corto. La noto entrar, suave, y cedo ante él. Empiezo a sentir las uñas clavarse en mi mandíbula mientras avanza dentro de mí. Me mira mientras tanto, con la boca abierta, hasta que un gemido me hace apartar los ojos de él.
Lo siento todo, y él también, y empieza la segunda parte, la que más le gusta, y se vuelve loco apoyado en mi espalda, haciendo sonar su cuerpo contra el mío, el metal de la cama contra la pared.
Me folla duro, me habla en inglés y le pido que me dé de cenar leche cuando vaya a acabar. Hablamos mucho. Termina quitándome las esposas, cuando ya no podemos más, me da la vuelta y me pone las piernas en sus hombros. Sigue embistiéndome, esta vez mirándome de frente, con las fuerzas que le quedan. Y yo le veo ahí, mirándome, con una gota de sudor pasando justo por el lunar de su mejilla. Y ese es el momento, justo ese, en el que te das cuenta de que no hace falta que sea el tío más buenorro del mundo, ni tener unos abdominales perfecto, ni un pollón. Solo un tío seguro de sí mismo, tranquilo, con ganas y, sobre todo, que te mire como lo hace él mientras me la mete. Que te agarre y resople al mirarte, que te busque partes del cuerpo acariciándote hasta llegar a ellas. Que su mirada te dé lo que necesitas. ¿Te puedes enamorar de alguien solo por cómo te folla?
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ