La historia esta llena de protagonistas LGTBI que vivieron hacia adentro sus pasiones y amores por prudencia y supervivencia. Una de ellas es la del checo Jan Mikolášek (Ivan Trojan), un curandero que durante los años 30 era famoso por sus grandes conocimientos en botánica y su don para reconocer, a través de la orina de sus pacientes, cualquier dolencia o enfermedad.
A pesar de que su centro contaba con largas colas de gente que acudía a él para curarse, Mikolášek lidió con numerosas personas que le tacharon de estafador, también se relacionó tanto con altos cargos nazis tras la ocupación, y con los comunistas que llegaron después, en los años 50, y le acusaron de haber sido un aliado de los alemanes.
Episodios que tuvo que afrontar conteniendo cualquier atisbo de opinión más allá de sus consejos medicinales, y escondiendo sentimientos políticos y amorosos. Y es que mantuvo durante años una relación con su ayudante František, hombre casado que encuentra en el sanatorio de Mikolášek un refugio en el que sentirse libre y útil.
Esta compleja vida con un final gris es llevada al cine por la premiada directora polaca Agnieszka Holland, que trata con pausa, detalle y una narración convencional esta historia llena de emociones contenidas, miradas que hablan por sí solas y decisiones salvavidas que ocultan dolor.
Algunos críticos ya hablan de ella como una de las mejores películas europeas del pasado año. Y lo cierto es que su importancia histórica, sus interpretaciones y la relevancia de la vida de este sanador que, como muchas otras tantísimas personas, vivió reprimiendo sus sentimientos, justifican su lugar en este podio.
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