Relatos gais (des)conectados: "Písame la cara"

35. “Otra noche solo en un hotel. Morenazo, foto de cara, redes sociales y condones. Todo ok entonces, ¿no?". Relato de Pablo Paiz.

Relatos gais (des)conectados: "Písame la cara"
28 octubre, 2021
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Capítulo 35

“Písame la cara”

Otro viaje. Otra noche solo en un hotel. Morenazo, foto de cara, redes sociales y condones. Todo ok entonces, ¿no? “Que suba”, me digo a mí mismo en alto. No me creo la suerte que estoy teniendo porque llega y es aún más guapo, tinta negra por todo el brazo, la barba corta de la que sabes que te va a irritar con cada beso. Manos ásperas de entrenar que suben por mis piernas depiladas. Voz grave que me pregunta si voy a aguantar todo lo que tiene para mí. No ha presumido de tamaño en la conversación, no me ha pasado foto. La tiene normal, la tiene un poco más pequeña que yo, pero más gorda. No todo van a ser pollones.

Le paso la mano por la cara para sentir esa textura de cepillo de cerdas mientras él se pone mis piernas en sus hombros. La vena de su cuello comienza a hacerse notar mientras me mira y me busca con sus dedos hasta conseguirme. Yo solo puedo agarrarle más fuerte sus antebrazos y abrir la boca un poco hasta que me la clava entera. Se mueve ágil, lento, sin dejar de mirar cómo se introduce dentro de mí, sacando la lengua por un lateral de sus labios. Menuda cara de morbo. Gimo, porque empieza a darme más fuerte, se termina poniendo rojo. Es un bestia, pero me flipa. Antes de poder decir nada, la saca y me da la vuelta, está fuerte y me coge como si fuera papel. Yo me dejo, me pongo a cuatro patas y me la mete de una soltando un alarido. “Cómo te entra”, me exclama mientras vuelve a darme igual de fuerte que antes, o más, porque ahora sus dos manos tiran de mi cadera al mismo ritmo. Tengo que cerrar los ojos y apoyar los brazos en la almohada. No tarda en volver a cambiar, en apretarme la espalda con una mano para decirme que baje. Le vuelvo a hacer caso, y tumbado en el colchón empiezo a sentir cómo se levanta y cae a plomo sobre mí, una y otra vez, sujetándose solo con la punta de los pies y una mano que me agarra la raíz del pelo con rabia. Me estoy abriendo de más, y aprieto aposta para ver cómo reacciona. Lo nota, vuelve a gruñir de placer dándome más rápido que antes, tanto que no aguanto y tengo que volver a relajarme y dejarme hacer. No deja de sudar, relamiéndose y devorándome con rabia. Me deja tumbado y gira sobre él mismo, sin sacarla. Formamos una cruz y empieza a metérmela así, de lado, rozando una pared diferente y sintiéndolo todo más prieto. Se me escapa un grito, duele un poco. Él lo nota, gira aún más y, levantando la pierna derecha, me pisa la cara, como diciendo que no se me ocurra quejarme. Qué morbo. Siento su pie frío en mi mandíbula, cómo lo aprieta más aún contra mi cabeza, hundiéndomela hasta llegar a rozar el cabecero con cada embestida. Me pega una torta con la planta mientras sigue clavándomela. Gimo más fuerte, y me pide que me calle mientras acierta a meter algunos dedos en mi boca. Yo se los aprieto con los labios e intento no hacer ruido, pero es imposible. No me gustan los pies, pero le saboreo con la lengua mientras mueve su extremidad un poco más y termina echándome la cabeza hacia atrás. Estoy tan cachondo que como siga dándome así me correré solo.

Para de repente, se levanta y se pasa una mano por el sudor. Sin decirme nada, me indica con un dedo que le siga, y que me apoye contra una pared. El espejo de la entrada está al lado. Por un momento le veo quitándose el condón en el reflejo. Me fijo, me fijo mucho, porque creo que me la va a meter sin él. Apoyo las dos manos contra el yeso y vuelvo a observarle. Él me la roza desnuda un par de veces por detrás, encorvándose y apretando los abdominales, mientras me mira con la lengua fuera otra vez. “Hazlo, hazlo ya”. Se vuelve a relamer mientras niega con la cabeza, me da dos golpes con su miembro en la nalga para que la sienta turgente, y se escupe encima. “¿La quieres?”, yo no puedo ni contestar. Vuelve a rozarla, haciendo círculos lubricados, jugando conmigo mientras su sensibilidad le hace estremecerse. Intuyo cómo su piel empieza a retroceder al contacto con la mía. Está muy, muy cerca. Cierro los ojos, pero entonces se separa de mí un momento, y los abro sorprendido para descubrir que está agarrando sus pantalones. Saca otro condón y se lo pone en un segundo. Me la vuelve a meter, me pide que me toque mientras aprieta los labios abiertos, respirando con bocanadas de aire y dándome al mismo ritmo, más lento que antes pero con mucha más fuerza, hincando sus dedos hasta el hueso. Nos corremos así, de pie y mirando nuestro reflejo, hasta que yo mancho la pared.

Nos tumbamos y me invita a un piti en la cama. Me toca la pierna mientras me cuenta algo y me observa. Yo no puedo dejar de mirar el techo mientras pego caladas. Todo iba genial hasta que algo lo ha estropeado: cuando se ha quitado el condón… quería que me la metiera a pelo. De verdad que lo quería. He estado a punto de pedírselo, pero esperaba que lo hiciera él directamente, sin decirme nada. Que fuera así de cabrón. De verdad que lo deseaba, para no tener que decirlo yo en voz alta. Para sentirme mejor. Me despierta de la ensoñación porque agarra mi mano y me la pone en su ingle otra vez. Está dura. Ya me había advertido que a lo mejor echábamos varios. “¿Qué quieres que hagamos”?, me pregunta. Miro los condones encima de la mesilla. Me quedo en silencio con una última calada, mientras empiezo a masturbarle y dejo el pitillo apagado en la mesita de noche. “Písame la cara y hazme lo que quieras”, le contesto mientras tiro de su miembro para que vuelva a ponerse encima de mí.

‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz

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Relatos gais (des)conectados: "Písame la cara"

ILUSTRACIÓN: CUENTASELOANTO

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