Relatos gais (des)conectados: "El polvazo que me hacía falta" (parte 4)

47.4 "Empieza de nuevo a darme como un animal, haciendo sonar nuestra piel a un ritmo frenético". Relato escrito por Pablo Paiz

Relatos gais (des)conectados: "El polvazo que me hacía falta" (parte 4)
10 febrero, 2022
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Capítulo 47

“El polvazo que me hacía falta” (parte 4)

Habla una voz dentro de mí: “No digas nada”. ¿Me acabo de correr y ahora este bestia me quiere volver a follar como antes? Y más si dice que no va a poder acabar…

Antes de poder decir nada me coge del pelo de nuevo y me pone a mamar. Sabe a látex, noto cómo se endurece bajo mi lengua. Se pone el condón justo después y mientras el mulato vuelve a entrar en la habitación y se tumba en la cama, el anfitrión me empieza a comer el culo haciéndome sentir incómodo.  Vuelve a pasar por mi cabeza decirle que no, que no puedo, que mejor me deje vestirme e irme a casa porque seguramente no voy a aguantar. Pero entonces mi compañero, aunque ya se ha corrido, se pone frente a mí tocándose los pezones y me vuelve a mirar con esa cara. “Vamos a probar”, me digo a mí mismo, aunque esa voz que hace que me calle suele ser una hija de puta y termino haciendo cosas que no quiero hacer. Pero esta vez me está diciendo que pruebe, que simplemente pruebe para ver si me llega a gustar o no. Que aguante.

El anfitrión vuelve a incorporarse detrás de mí. Me agarra la cintura y me levanta al peso para acercarme un poco más al filo de la cama, yo bajo el resto del cuerpo para ofrecerme a él. Vuelve a entrar, de golpe. Yo aprieto las sábanas con los dos puños porque sabía que no iba a ser fácil al principio. Siento una mano agarrar la mía, y aguanto. Empieza de nuevo a darme como un animal, haciendo sonar nuestra piel a un ritmo frenético, vuelve a pegarme en la misma zona ya irritada, y después en la otra nalga con la misma mano mientras no frena su esfuerzo en perforarme hasta el fondo.

Y entonces me empieza a invadir el morbo, se me vuelven a entornar los ojos y a abrir la boca, se me escapa un sollozo con cada uno de sus movimientos. No sentía tanto desde hace mucho tiempo, y su mano me vuelve a hacer gritar, y otra vez, y lo aguanto porque quiero que siga dándome, sentirme así, ahogándome en mi propio placer, sintiendo cómo vuelvo a estar duro aunque me acabe de correr solo por oírle chocar contra mí. “Aprieta, zorra”, me ordena. “Aprieta más”. Y yo lo intento, contengo mis músculos todo lo que puedo y siento en una de sus risotadas cómo está funcionando, hasta que vuelve a azotarme una vez más haciendo que mis rodillas cedan.

Me vuelve a levantar, y lo aguanto otra vez porque el mulato me sigue manteniendo la mirada. Mis ojos húmedos se apoyan en él, los suyos parecen decirme que siga, que disfrute, mientras me deja apretarle los muslos y chuparle esos pezones oscuros que no deja de tocarse.

Vuelvo a ponerme más prieto para él, esta vez sin que tenga que pedírmelo. Aprieto esos músculos de los que no sé sus nombres, que nunca he visto, y que ceden ante el suyo, turgente, que no deja de insistir en llevarme al límite. Las embestidas se vuelven aún más impresionantes, tanto que me tengo que soltar del chico que es mi apoyo y empieza a empujarme fuera del colchón. El anfitrión se sube por completo a la cama y me pisa la cara, vuelve a agarrar mi pelo y mientras grita deja caer todo su peso sobre mí una vez más. Y otra. Y otra. Me termina tumbando en el colchón y grita como un guerrero, grita como el corredor que está llegando a la meta en un último esfuerzo. Me fuerzo a girar la cara para mirarle justo en el momento en el que se escapa su último gemido. Su cara es de auténtica rabia, rojo fuego, saliva escapándose de su boca abierta, sudor dejando su pelo suelto, el cuello duro como el mármol, tendones marcados en la sien. Me da una última hostia con la que me gira la cara de nuevo hacia las sábanas. Se corre.

Al volver a levantarse me dice algo así como que “mi sufrimiento ya ha acabado” mientras se ríe; yo no puedo responderle, he consumido unas fuerzas que creía no tener. Creo que es la primera vez en mucho tiempo que soy capaz de dejarme follar después de haberme corrido, y yo me he vuelto a correr. Joder, me he vuelto a correr. Desde luego, ha sido el polvo de mi vida, después de tantos fallidos. El mulato se tumba conmigo, me abraza y vuelve a darme un beso. El anfitrión me dice que me pegue una ducha si quiero, y se lo agradezco enormemente porque es justo lo que necesito, un rato a solas y agua fría. Agua que me moje hasta el pelo.

‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz

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Relatos gais (des)conectados: "El polvazo que me hacía falta" (parte 4)

FOTO: CUÉNTASELOANTO

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