Un puente donde quedarse, de Guillermo Mora, es una apuesta por la pintura que también es escultura e instalación, y que modifica la sala Alcalá 31 hasta casi convertirla en una basílica dedicada al color.
La instalación planteada por el pintor Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980) en esta sala de la Comunidad de Madrid que una vez fue un banco, es arquitectura del color.
Guillermo Mora ha arrancado muros y ha cubierto columnas, en un ejercicio que eleva el espíritu como si se tratara de una basílica gótica, y que sorprende incluso desde la calle. Son marcos pictóricos que impiden una visita frontal y lineal, y apoyan un recorrido inmersivo en zigzag donde el espectador pierde incluso la noción del espacio, en un impactante juego visual y cromático.
A los lados, y entre estos pasillos cromáticos, generalmente en el suelo y muy pocas piezas en la pared, repasa sus quince años de trabajo. La pieza más antigua: un ejercicio de pintura expandida de 2007. “Suelo decir que mi generación es la que recoge los restos de la explosión de la pintura expandida, que es de los artistas anteriores, que rompió todas las normas. Ante esa bomba expansiva, a nosotros solo nos quedó jugar con los pedazos que dejó por el camino”, explica el artista.
Internacionalmente reconocido desde su aparición como prácticamente el único pintor radicado en España incluido en la publicación anglosajona 100 Painters of Tomorrow (Thames & Hudson, 2016), el trabajo de Mora incluye la deconstrucción de la pintura (física y cromáticamente), la autobiografía y la descripción de un tiempo y una sociedad a través del color, y la posibilidad de llevarla a otras dimensiones. Para explicarlo paso a paso: Mora tiene pinturas que son, operativamente, el desmontaje y plegado de toda una exposición de cuadros hasta quedar doblados como sábanas en una única pieza escultórica.
Su uso del color se basa en los de nuestro tiempo (“los que no existían hasta hoy, porque químicamente no se habían podido crear hasta hoy”), los de la sociedad (“lo que veo en escaparates, en el marketing, en la publicidad o por las calles”) y los de nosotros mismos: “Muchas de estas pinturas, como la serie de ‘cabezas’, son retratos de amigos, usando los colores que suelen llevar puestos. El color que viste una persona también la define a día de hoy. De hecho, hay piezas que están basadas en la ropa que he llevado este último año. No dejan de ser parte de mi propio intento de definir quién soy”.
Lúcido, inteligente, con su anillo de casado (con un hombre), siente orgullo del espectacular resultado obtenido, aunque su trabajo funciona también en formatos más pequeños que la instalación. “Es cierto que este es mi trabajo de mayor formato hasta la fecha. Creo que supone un cambio, pero no abismal. En el fondo es muy yo. Bueno, todo en esta expo está ligado: ver piezas antiguas y compararlas con esta gran instalación, ver que dialogan sin problema, me hace ver que hay una lógica y una cohesión en todo mi trabajo”.
En las galerías superiores y en los laterales, late el espíritu de ese cuerpo de obra: muchísimas piezas inéditas –pinturas hechas como esculturas a base de diversos materiales ensamblados como un collage inestable– y también sus últimos cuadros de décollage: a base de trozos de papel de color, grapados y arrancados de la pared, “que juegan contra esa gran pintura institucional que cuelga de los museos”.
Se puede entender que Guillermo Mora esté considerado uno de los pintores del futuro: “El título Un puente donde quedarse viene a hablarnos del punto intermedio. No me interesa llegar de la pintura a la escultura, o de un concepto a otro. Me gusta habitar ese espacio intermedio que hay entre dos extremos”.
Guillermo Mora: Un puente donde quedarse se puede visitar en la SALA ALCALÁ 31 de la Comunidad de Madrid (C/Alcalá, 31) hasta el 24 de julio