¿Por qué sigue siendo la T, dentro de 'LGTBIQ+', la letra más castigada?

La T siempre ha sido la letra más castigada, tanto social como legislativamente, dentro de 'LGTBIQ+'. Por eso, es ahora nuestro deber apoyarla más que nunca y convertir su lucha en nuestra lucha.

¿Por qué sigue siendo la T, dentro de 'LGTBIQ+', la letra más castigada?
10 noviembre, 2022
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Nuestro colaborador Carlos Barea reflexiona sobre la importancia de que todas las siglas tengan la misma representación y apoyo dentro de nuestra comunidad.

Y habla también de lo que suponen los reiterados retrasos en la tramitación de la «ley trans», y lo que supone para el de por sí castigado colectivo trans.


 

 

¿Por qué sigue siendo la T, dentro de 'LGTBIQ+', la letra más castigada?Ser víctima de una o varias opresiones no nos libra de ser susceptibles de ejercer opresión sobre otros. Esta es una frase que deberíamos tatuarnos a fuego en nuestras mentes e interiorizarla a la hora de relacionarnos con el mundo. Teniendo esta máxima presente, podremos afirmar, por ejemplo, que los hombres homosexuales no estamos libres de recurrir a prácticas misóginas o de ejercer, de forma voluntaria o involuntaria, opresión sobre mujeres o personas racializadas.

De la misma forma, el hecho de ser mujer tampoco exime de la posibilidad de oprimir a otros colectivos aún más vulnerables o de, incluso, ponerles la zancadilla si el avasallamiento se ejerce de forma consciente. Sin ir más lejos, esta última situación es la que se está dando desde hace ya algún tiempo por parte de un sector del feminismo radical con respecto al colectivo trans. “Acogí la existencia de las personas trans con simpatía, pero han invadido nuestros espacios”, dijo en una entrevista una conocida escritora feminista transexcluyente.

Esta afirmación nos lleva a pensar que quizá ese trato ‘cordial’ hacia las personas trans era tan solo fruto de una relación de poder absolutamente desigual que la colocaba en un lugar de privilegio con respecto a esas identidades que debían contar con su supuesto beneplácito.

Y es que parece ser, si nos atenemos al discurso público que pulula por los medios de comunicación, que, hasta día de hoy, las personas trans habían sido toleradas –con todas las connotaciones negativas que conlleva ese término– porque se sustentaban en una especie de misericordia, de buenismo mal entendido, de conmiseración lastimera. Es decir, aceptar a las personas trans suponía un acto voluntario de compasión, como el de los emperadores romanos que tenían en su mano el poder de decidir sobre la vida de los gladiadores.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando se intenta que esa aparente transigencia no sea una decisión personal, sino que se convierta en un derecho regulado legalmente? Pues que la relación de poder se rompe y el trato cordial salta por los aires.

Con la ley en la mano, las personas trans ya no necesitarían el consentimiento de los demás para existir, sino que contarían con una protección jurídica que las colocaría en el centro de sus propias decisiones con respecto a su identidad. Así pues, se cortaría, por ejemplo, con el tutelaje del estamento médico, guardián de las esencias binaristas que determinan, según sus propios criterios en relación con la fisicidad o el nivel de hormonas, qué es ser mujer y qué es ser hombre.

También se acabaría con la tiranía de los registros donde, en la actualidad, hay que presentarse con una ‘autorización’ facilitada, precisamente, por el cuerpo médico para lograr adecuar la identidad legal con la identidad vivida. No obstante, la ley que permitiría todo esto, la conocida como “ley trans”, no ha dejado de sufrir reveses desde el mismo momento de su planteamiento. Los últimos, los reiterados retrasos en su tramitación provocados por el PSOE, que ha solicitado varias ampliaciones del plazo de enmiendas y que lo han alineado con los grupos de derechas en el Congreso de los Diputados.

Esta inusual situación ha provocado que la histórica activista Carla Antonelli, primera diputada trans en nuestro país, se haya dado de baja como militante del partido. Recordemos que años atrás, en 2006, encabezó una huelga de hambre para denunciar el olvido del Gobierno socialista con respecto a los derechos de las personas trans. Finalmente, el resultado de esta acción fue la aprobación, un año más tarde, de la Ley de Identidad de Género.

Y es que la T siempre ha sido la letra más castigada, tanto social como legislativamente. Por eso, es ahora nuestro deber apoyarla y convertir su lucha en nuestra lucha. Porque si dentro de nuestras siglas hay distintos niveles de privilegio, nunca seremos un colectivo, sino un grupo de personas intentando sobrevivir al capitalismo.

Por eso el activismo transversal, ese que hace frente a todo tipo de opresiones independientemente de que nos afecten o no, debería ser el pegamento que nos mantuviera cohesionadas. Porque si la unión hace la fuerza, el hermanamiento nos hace indestructibles. Y ahora, más que nunca, es el momento perfecto para demostrar que nuestras hermanas, hermanos y hermanes trans nos tienen a su lado.

ILUSTRACIÓN: IVÁN SOLDO

CARLOS BAREA es escritor, investigador y activista cultural. Su última obra publicada es Bendita tú eres (EDITORIAL EGALES)

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